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El fanatismo de los marginados

El reciente linchamiento de un turista japonés en el pintoresco pueblo indígena de Todos Santos ha roto la pasividad de los guatemaltecos frente a una práctica que, desde 1996, se ha cobrado la vida de 240 personas. Esta vez, la víctima no era un supuesto delincuente local, sino un ciudadano del país que más ayuda económica envía cada año. La percepción de estos episodios como "incidentes aislados" de la Guatemala profunda ha saltado en pedazos. La opinión pública exige ahora soluciones.Los quehaceres cotidianos no han logrado disipar la tristeza en Todos Santos, un poblado de 2.200 habitantes encaramado en la espectacular sierra de los Cuchumatanes, en el occidente del país. Nueve vecinos están detenidos. Otros diez se han fugado. Una cruz emerge en la esquina donde Tetsuo Yamahiro, súbdito nipón de 40 años, sucumbió a una lluvia de pedradas y machetazos el último sábado de abril. A unos trescientos metros, unas flores cubren el rincón ennegrecido donde fue quemado Edgar Castellanos, guatemalteco, el conductor del autocar que llevaba a los 23 turistas japoneses. Era el día de mercado en el pueblo, cuando la plaza estalla con los colores rojos y blancos de la indumentaria de los todosanteros.

El alcalde, Julián Mendoza, no se explica qué pasó. "Aquí la población en general está con Dios", dice. Con Dios y con el turismo que visita desde hace años este colorido poblado de la etnia mam. Según la policía, una mujer ahora detenida gritó que un turista le quería arrebatar a su hijo, y varios hombres decidieron entonces "quemar a los chinos".

El estallido de locura, sin embargo, se había alimentado en los días previos, con la difusión de rumores sobre la llegada a la región de "sectas satánicas" que iban a utilizar niños para realizar sacrificios humanos. Las autoridades y algunos medios de comunicación locales espolearon el pánico al expandir el bulo y suspender las clases.

A pesar de su repercusión, los ataques a extranjeros representan una mínima parte de los casos de linchamiento que, si bien se han dado por todo el país, amenazan con erigirse en práctica común en las regiones indígenas del altiplano central. La Misión de las Naciones Unidas en Guatemala (Minugua) registró en 1999 el espeluznante promedio de un linchamiento cada tres días. Una acusación de hechicería o el robo de una gallina bastan para desencadenar el terrible castigo.

Detrás de esta práctica emerge una realidad de marginación, violencia y fanatismo.La mayor incidencia de linchamientos se da en las regiones más azotadas por el conflicto armado que asoló Guatemala durante 36 años y que dejó alrededor de 200.000 víctimas y un legado de barbarie que sigue supurando.

Son también las áreas con menor índice de desarrollo y con menor presencia institucional. La escasez de policías y jueces, dicen los expertos, favorece las venganzas colectivas, instigadas muchas veces por dirigentes sin escrúpulos. Algunos especialistas han destacado además la perversa influencia de varias sectas religiosas arraigadas en Guatemala que exacerban el miedo hacia lo diabólico y siembran la histeria.

El episodio de Todos Santos y la amenaza contra el turismo, una de las principales fuentes de ingresos del país, han llevado a la opinión pública a rebelarse contra una realidad que le parecía ajena. Asociaciones profesionales y grupos humanitarios han exigido el fin de la impunidad que rodea estas acciones: de los casi trescientos linchamientos registrados en los últimos cuatro años, sólo dos han sido resueltos en los tribunales.

La pasividad mostrada por las autoridades y por las organizaciones mayas empieza a levantar ronchas. De momento, sólo la Corte Suprema de Justicia y la Minugua realizan una campaña de talleres educativos en las comunidades más afectadas. El alcalde de Todos Santos ha pedido ya que su pueblo sea incluido en la lista.

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