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Mercenarios

Miguel Ángel Villena

La reciente publicación de la biografía de Samuel Bronston, con un amplio espacio dedicado al rodaje en España de El Cid, ha puesto de moda a los mercenarios. Dice el diccionario de la Real Academia Española que mercenario se aplica "a la tropa que por estipendio sirve a un poder extranjero". Por extensión, todo aquel individuo o grupo que guerrea en el bando de un señor por dinero o por prebendas. Pero este origen militar ha ido difuminándose con los ejércitos profesionales y los mercenarios se han desplazado hacia la política, el periodismo, los negocios o el deporte. Basta con repasar la biografía de algunos ministros (Josep Piqué, Pilar del Castillo o Celia Villalobos), de altos cargos valencianos como José Vicente Villaescusa o Antonio Lis o de incontables financieros y futbolistas para comprobar que el color de los billetes suele predominar sobre otras tonalidades. A propósito de colores, siempre recuerdo el desprecio con el que mi abuela materna hablaba de un tipo que había sido un delator en el Utiel de la posguerra. El colores fue el apodo que un pueblo vencido y traicionado colgó de la espalda de aquel tránsfuga.De cualquier modo, la palabra mercenario goza de muy mala fama y nadie reconocerá esa condición. Los mercenarios suelen apelar, con el mismo fundamentalismo que en sus tiempos juveniles de la extrema izquierda, a la evolución de la vida, a la adaptación de las biografías a los avatares de la historia. Pero curioso resulta que los travestismos siempre navegan con el viento a favor. Salvo errores de cálculo, los mercenarios acostumbran a elegir el caballo ganador, el partido político en alza, la empresa en expansión, el ejército victorioso... Aquellos que se pasan con armas y bagajes al campo de los perdedores devienen seres exóticos y raros, tildados con frecuencia de románticos trasnochados. Estos calificativos suelen proclamarlos precisamente aquellos que reniegan de su pasado para justificar su presente. Pero la filosofía popular descubrió su juego hace siglos cuando acuñó la frase de "no hay peor judío que el converso".

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