África: el silencio de los tambores
Eran las palabras finales de la intervención de Joseph Ki-Zerbo, de Burkina Faso, afectado de malaria, venerable en su vejez de luchador por un futuro mejor para el continente, excusándose por no haber tenido tiempo de presentar su ponencia por escrito, para no explicar que había sido detenido por su protesta contra el asesinato de un periodista de su país. Veinte minutos para describir la historia de África desde la época de los descubrimientos, pasando por la revolución industrial, hasta llegar a la independencia y a la mundialización, como otras tantas ocasiones perdidas para los pueblos del África negra.Estábamos analizando, con 25 delegaciones africanas, el fenómeno de cambio de era que significaba la globalización económica y financiera, espoleada por la revolución tecnológica. Tratábamos de indagar caminos para luchar contra la exclusión, la marginación de toda el África subsahariana, cuando Ki-Zerbo, dramáticamente realista, nos describió la apocalíptica situación de sus pueblos, pensando sobre todo en la juventud. Su palabra era suave, casi un susurro melancólico, como si estuviera describiendo una fatalidad sin remedio, sin excluir las responsabilidades de los líderes de la independencia, de los gobiernos surgidos de la descolonización.
Veía la mundialización como un fenómeno inexorable, y África, decía, es el continente peor preparado para enfrentarlo.
Los siglos XV y XVI, de descubrimientos territoriales, de percepción del mundo como un globo, fueron para esta tierra de genocidio esclavista. Esa primera gran globalización vació al continente de su población más joven, desestructuró sus equilibrios, trasterrando a millones de africanos para someterlos a una explotación sin piedad.
El siglo XIX, de revolución industrial, fue para ellos de apropiación imperial y reparto territorial en el Congreso de Berlín. Una nueva oleada de esclavismo, de explotación de recursos naturales, de ruptura de las armonías africanas en nombre de la civilización europea, de valores religiosos de cristianización o laicos de Ilustración. Pero nadie se ocupó de la educación, de la formación de los pueblos sometidos a la ferocidad colonial.
La descolonización llegó al continente con una inmensa pobreza de capacidad y sometida a una nueva voracidad de reparto geopolítico entre los protagonistas de la política de bloques. Intereses hegemónicos en lucha que sembraron de dictaduras los nuevos y ficticios países soberanos.
En este marco, la nueva revolución tecnológica es, una vez más, una ocasión perdida para la integración y el desarrollo de África.
Éstos eran los trazos profundos de una historia que nos sitúa ante el desafío más serio de marginación y exclusión que enfrenta el mundo desarrollado.
No empleó cifras, no utilizó estadísticas, porque cualquiera de ellas: las guerras, el hambre, la enfermedad, el desgobierno, nos sitúa ante un inmenso y desconocido holocausto humano. En esta década del nuevo milenio, sólo el sida se cobrará 30 millones de víctimas. ¿Cuántas más el hambre y la guerra?
La juventud africana vive separada de su propia historia, desestructurada en su tradición oral, desconociendo su identidad, rota durante quinientos años. Por eso su pasado es mudo.
Así llega a la descolonización y al presente de la nueva revolución tecnológica. Un presente ciego que en muchos casos sustituyó la explotación europea por la opresión de sus propios dictadores. Un presente que, tras la liquidación de la Unión Soviética, le hace perder relevancia incluso para esa pugna de poder, ahogándose en sus propios conflictos internos.
Más guerras que años de independencia. Más que número de países africanos en ese periodo. Guerras de fronteras o internas, siempre fratricidas y a veces con dimensiones de genocidio.
La pobreza extrema, por debajo del límite de subsistencia, para decenas de millones de africanos y africanas. Pobreza en forma de hambre permanente que se transforma en azote bíblico en momentos como el presente. Y pobreza de capacidad, que afecta a la inmensa mayoría de la población, analfabeta en más de dos tercios de las mujeres y más de la mitad de los hombres. Entretanto, denominamos a la nueva era: "la era del conocimiento".
La enfermedad, malaria de siempre, sida del último cuarto de siglo, debilitando las pobres energías de la infancia africana. Sin agua potable, sin recursos energéticos, sin la mínima asistencia sanitaria.
La deuda externa que los obliga a devolver dos dólares por cada uno de ayuda. Deuda con los países desarrollados que extrajeron la riqueza del continente durante medio milenio.
La gobernabilidad de cada nación y de la región, tras la pesada herencia de esclavismo y colonialismo, afectada por una institucionalidad poco o nada democrática, por una división territorial arbitraria, sin reconocimiento de las poblaciones afectadas.
Ése es el presente ciego del que habla Ki-Zerbo.
Y sordo el futuro. No se oye el ruido de los tambores de África en ninguno de los centros de poder de la globalización. No llega su eco a la nueva economía, ni pasa su grito por Wall Street, ni la City, ni Francfort, ni París.
El hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la guerra y la destrucción, se han convertido en imagen habitual y, por ello, cada vez más lejana para conmover nuestra sensibilidad. "En África... lo de siempre".
La euforia de la revolución tecnológica, de la sociedad del conocimiento, sólo se ve turbada por crisis financieras de países emergentes para evitar el contagio a los países centrales. Pero África, como decía en el debate un dirigente de Angola, ni siquiera cuenta para las crisis financieras. "Qué más querríamos nosotros sino que se hablara de ese continente por el azote de una crisis financiera como la de Corea o la de Brasil".
Fue entonces cuando les propuse que empezáramos a tocar con fuerza los tambores de África, hasta que sus vibraciones llegaran a los centros de poder de los "países centrales". Pero viendo las caídas de las bolsas de estos días y las declaraciones eufóricas sobre crecimiento del producto mundial del G-7, del FMI y otros organismos multilaterales; o siguiendo las reuniones del Banco Mundial con los países africanos, la cumbre entre la Unión Europea y la Organización para la Unidad Africana o el encuentro en La Habana del Grupo de los 77, vuelve a mi cabeza el futuro "sordo" del que hablaba Ki-Zerbo.
¿Cómo empezar a escuchar para combatir la sordera del futuro? ¿Cómo realizar el ejercicio de oír con atención para acercarse a una respuesta inmediata, para lo que no tiene espera, y mediata, para abrir un horizonte de futuro en medio de tantos diagnósticos tan coincidentes como inútiles?
La semana pasada, la Internacional Socialista puso en marcha cuatro campañas definitorias de su identidad: "Contra la pena de muerte"; "Contra la violencia de género"; "Contra el hambre en África"; y "Por la condonación de la deuda de los países más pobres".
Estábamos reunidos delegados de todos los continentes, pero, significativamente, sólo había líderes gubernamentales de África, con la excepción de António Guterres, que presidía el encuentro.
De manera específica, sólo una campaña estaba referida a África, pero el debate nos llevó inmediatamente a la misma conclusión: sea cual sea el azote contra los seres humanos que se quiera combatir, lo único seguro es que África está en primera línea. Pareciera que esa tierra que fue el origen del hombre estuviera anunciando el comienzo del fin. Porque sólo una guerra mundial como la última, pero concentrada en África, causaría más víctimas que el sida y el hambre en los próximos diez años.
Si es el tiempo de la acción, más que del diagnóstico, declaremos la guerra al hambre y a la enfermedad en África, para construir sobre su derrota la esperanza de la paz, de la educación y de la incorporación al desarrollo.
Condonar la deuda no es bastante, no es casi nada, pero es imprescindible y pueden hacerlo los Gobiernos este año. Lo demás, asimismo urgente, sólo vendrá de una conciencia ciudadana comprometida con el futuro de África, que recorra los países desarrollados de Europa y América y se transforme en acción cívica directa y en exigencia a los Gobiernos. Las ONG, las fuerzas políticas y sociales, las organizaciones empresariales, los líderes culturales, pueden emprender la movilización de esa conciencia cívica, y deben, debemos, hacerlo ya, porque ya es tarde para empezar.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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