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De la euforia a la angustia

El equipo azulgrana y la hinchada se reconcilian en un partido muy cambiante

Silbidos, aplausos, olés histéricos. Una larguísima angustia que se transformó en martirio cuando el árbitro asistente anunció que el partido se alargaba cuatro minutos. El Camp Nou, entregado otra vez sin discusión al equipo, vivió ayer dos noches en una: se fue al cielo con el recital de la primera mitad y soportó una tortura en la segunda.El Deportivo sembró el pánico del adiós a la Liga. Guardiola acabó incluso dando instrucciones desde la banda. El silbido final fue una liberación. Nadie se movió de su asiento mientras los jugadores aplaudían en corro desde el círculo central. El Barça sufrió, seguramente, más de lo que imaginaba. Pero sigue vivo. Vuelve a tener el liderato -a dos puntos del Deportivo - a tiro.Queda Liga, queda la ilusión de la remontada y quedará hasta final de curso la segura fusión entre la grada y el equipo. No hay mejor fórmula que el juego de toque, las paredes, los pases de tiralíneas, el fútbol de fantasía y los goles -lo que se vio en el primer tramo- para seducir y reconquistar el templo azulgrana. Excitada por el buen juego, por la impresionante trayectoria en Europa -el único equipo imbatido en la Liga de Campeones- la grada acogió el partido como el punto de despegue de una remontada que evoca tiempos felices. Hacía mucho tiempo que no había mosaicos azulgrana y senyeras como los mostrados en los dos goles. Y casi seis meses se llevaban, quizás desde el día del Fiorentina o el Madrid, que el campo no se llenaba como ayer. Entonces el Barça jugaba bien. No debe ser gratuito que la química haya reaparecido cuando el equipo ha recuperado sus raices futbolísticas, su filosofía de vida.

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Posiblemente, todo empezó con las dos chilenas de Rivaldo ante el Valladolid que dieron la vuelta al mundo y, sobre todo, con la resurrección tras el batacazo del Bernabéu. Pero llegó marzo, llegó Europa y llegó el momento, como ya sucedió en las dos primeras temporadas de Van Gaal, del pacto. No hay tiempo ya en primavera para las viejas querellas. La afición, de entrada, olvidó la pesadilla ante el Madrid y tres días después se volcó de nuevo, para sorpresa de muchos, ante el Oporto. Fue entonces cuando Van Gaal levantó primero el castigo a su banquillo de oro y volvió, bajo la batuta del capitán, el fútbol de siempre. Primero cayó el equipo portugués y el Numancia, bajo la dirección de un lúcido Guardiola, recibió una goleada. Después llegarondos victorias a domicilio en Oporto -y con ella el pase matemático a cuartos de final-, una impactante goleada en San Mamés y un plácido paseo ante el Hertha de Berlín. Solventada Europa,quedaba agarrarse a la Liga. Y al rival peor: el Depor.

El Camp Nou se olvidó ayer de su pose de Liceo -sólo regresó a su proverbial mutismo cuando Flavio marcó- y se tomó el partido con la misma intensidad que una final. O quizás como si fuera un partido ante el Madrid. La grada no cesó de animar y se extasió tanto en la primera mitad como padeció en la segunda, salvo en algunos instantes cuando coreó el nombre de Rivaldo o dio muestras de su inesperada reconciliación con Bogarde. El Camp Nou está habituado a encajar los goles más absurdos y ayer temió que la Liga se iba. Al final, con toda la angustia del mundo, cayó la sexta victoria consecutiva. El Barça ganó la primera final pero le aguardan unas cuantas más (Valencia, Mallorca, Sevilla, Rayo y Celta). Pero algo, de entrada, está ganado. Seguramente, ni Van Gaal ni los jugadores -ahora Guardiola, luego Abelardo, después Figo- tendrán que hacer más llamamientos a la afición, como han tenido que hacer tantas otras veces durante esta temporada, en una larga, estéril y absurda travesía, para que no los dejen solos.

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