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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Imbéciles SERGI PÀMIES

Juan Marsé inventó al Pijoaparte, un orgulloso tipo de barriada que se vengaba del mundo llevándose al huerto a las niñas bien de las zonas residenciales. Salvador Sostres, en cambio -y salvando las distancias-, ha elegido a un pijo fetén como protagonista de su primera entrega literaria (Libro de imbéciles, Edhasa) y lo ha dotado de una ideología que desprecia el mal gusto de los pobres y de la clase media.Sostres tiene 24 años y desde los 17 viene ejerciendo su vocación en distintos medios de comunicación escritos (La Vanguardia y El Periódico) y audiovisuales (TV-3, Catalunya Ràdio, Ràdio Barcelona y, actualmente, COM Ràdio) o participando en el coral homenaje al Dry Martini que en su día organizó Javier de las Muelas. No terminó sus estudios, ni el primer año de Humanidades ni los dos de Periodismo. "Descubrí que era mejor almorzar una vez por semana con Joan Barril que hacer un curso de teoría literaria", asegura.

Siempre deja claro que no necesita el dinero que le van a pagar por sus colaboraciones (se gana la vida participando en un boyante negocio de restauración de luxe) y presume de una situación económica que le permite, por medio de su álter ego literario, escribir en su reciente libro: "Mi nombre es conocido en los mejores restaurantes de la ciudad, y en los hoteles más lujosos, tengo más dinero del que sé contar, y puedo decir que tengo la vida ganada porque no es probable que tenga que enfrentarme a ciertas dificultades" o, en la misma línea de pensamiento, "los ricos somos los más guapos, los más listos y los más encantadores, quienes tenemos más gente dispuesta a echarnos una mano y más amigos".

El juego consiste en decir lo que uno piensa pero con cierto distanciamiento cínico (o salvaje) y, a lo largo de 24 capítulos, un prólogo y un epílogo, combinar la expansión autobiográfica, el artículo de opinión, las dotes de observación, la boutade, el porno-relato y el ajuste de cuentas entendido como la posibilidad de que, el día menos pensado, te rompan la cara. A ratos, el hilo conductor de la imbecilidad parece más un ardid para justificar otras cosas -como si confluyeran ideas de dos libros distintos, uno autobiográfico e intimista y el otro más cáustico y canalla- que un auténtico elemento de cohesión. La voz narrativa, en cambio, baraja múltiples y confesas influencias ("soy muy mitómano", admite, y se le iluminan los ojos cuando habla de Serrat, Tabucchi, Carol, Salinger, Vidal-Folch o Brel), e intenta alcanzar una personalidad propia que, en algunos momentos -quizás por una excesiva facilidad de palabra o por inseguridad- descarrila.

Leer el libro buscando quién es quién, identificando a uno u otro imbecil, puede darle, seguro, cierta aureola escandalosa (aunque él insiste en que su intención es escribir y no escandalizar). Pero hay algo más. El contraste entre cinismo distante y repentino sermón antimoralista, por ejemplo, produce, por inusual, cierta fascinación (¿morbosa?) en el lector, que se pregunta hasta dónde puede llegar este despelote anímico o si es peor tener a Sostres como amigo que como enemigo. ¿Audaz o kamikaze? ¿Sincero o exhibicionista? ¿Valiente o bocazas? ¿Cursi o poético? El mundo descrito por Sostres -donde El Bulli es altar, la amistad religión fundamentalista y el champaña combustible- da para responder a estas y a otras preguntas. "La restauración y el periodismo tienen en común la cantidad de imbéciles con los que tienes que tratar. Con una diferencia: en el restaurante los imbéciles acaban pasando por caja y retratándose al salir mientras que en el periodismo te toca soportarlos gratis", comenta.

Clónico trascendente de aquel paródico Tito. B. Diagonal interpretado por Jordi Estadella ("siempre que dispongo de dos días me voy a Florencia. Me recibe Giorgio, como siempre, y vamos a cenar al Palazzi"), aprendiz de Joaquin Sabina ("tengo pagados los pasajes, pero no sé hacia dónde: en el panel de salidas no hay ninguna hora para que despegue mi avión") o pariente estilístico del Barril más estupendo ("las putas son el sexo sin pasaje, la nieve sin montaña, el agua sin fuente, la usura del cuerpo sin los números rojos del corazón"), Sostres doma los titubeos formales de su libro con repentinos golpes de efecto. Parece que su táctica consista en disparar mucho y en múltiples direcciones para así dar en el blanco de vez en cuando. En ocasiones, pueden escucharse los aplausos que, como es lícito en un primer libro, se dedica a sí mismo al parir atajos verbales como "pero ni instalado en tu mejor mentira puedes escaparte de tu única verdad". O, como en el intenso capítulo dedicado a la ausencia del padre, cuando se despoja de su discutible disfraz de lenguaraz pijeras y consigue un clímax mucho más verosímil y auténtico que la retransmisión de unas hazañas de cama con tanto sexo oral que suena -será envidia por mi parte- a sexo de boquilla.

Lejos de pretender ser un manifiesto generacional (de los que nacieron después de la muerte de Franco, por ejemplo) o de clase (la alta), Libro de imbéciles se presenta como un divertimento (más serio cuando apuesta por el humor y más superficial cuando se pone transcendente) en el que su protagonista aspira a hacer el trabajo sucio que otros dejan de lado. Y, quizás por eso, su autor se protege de las posibles bofetadas que pueda recibir confesando en la solapa: "Soy un impostor considerable, pero tengo encanto: sé cosas y conozco lugares". ¿Genio y figura o manda huevos?

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Manolo S. Urbano

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