Advent, vent
Se podían atar los vientos en aquella santa edad. En nuestro apartado universo rural se celebraba el rito de lligar el vent: se voltea en círculo una cuerda, de entre uno y dos metros, sobre las cabezas, siete giros, alternando tres rápidos y cuatro lentos; y se hacía un nudo en la cuerda; se repetía la operación seis veces más hasta tener siete nudos. El collar del cielo y del Sol y siete veces siete, el maravilloso número de la perfección, suma del espiritual tres -¡tantas trinidades divinas!- y el material cuatro de los elementos y las direcciones de los vientos, que un día primaveral se bendecirían con la Veracreu.La ráfaga, nos contaban, era un diablo, que, atrayéndolo con silbidos, se podía encerrar en un saco, o era un enorme ogro que, con su aliento, lo removía todo. Nuestro pueblo lo personificaba; le inventaba nombres y otras caricias como Peret de les matinades o Joanet dels Ventalls o Maria la Gavatxa -la Tramontana-, el buidasacs o el matacabres. Unos rústicos abuelos contaban que eran hijos del Sol, pues sólo soplaban de día ("De ponent, ni vent ni gent") o que eran gigantes, encarcelados en una cueva y gobernados por un anciano. Para Homero y sus colegas fueron colosos turbulentos y el veloz Eolo -un demonio para cristianos-, dios de las rachas, hijo del Sol-Júpiter, los tenía atados en la cavidad de una nube o en un voluminoso odre, el cuiro que regaló a Ulises.
Y el viento quería desbaratar el nacimiento de Jesús (nombres que se grabó en el pecho con un hierro candente la santa del día, Juana F. Fiémot de Chantal -tanta cuenta Chantal suelta y total, en occitano, significa cantal, piedra) y ahora se desata: "Per l"Advent, vent", (hoy, domingo de Gaudete, alegría contenida en un tiempo penitencial, se usa el color rosado y no el morado), "l"Advent és el temps del vent".