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Reportaje:

Una ejecución, como espectáculo

Zarmeena, madre de siete hijos, fue ajusticiada en Kabul, ante 4.000 personas, por el asesinato de su marido

En un estadio de deportes de Kabul, una mujer afgana cubierta con un burka (vestido que esconde todo el cuerpo, la cara y los ojos) de color azul pálido fue ejecutada el martes ante unos 4.000 curiosos. Es la primera sentencia a muerte de una mujer que se lleva a cabo en público desde que el movimiento islámico radical y armado de los talibán tomara el poder en Afganistán, hace ya tres años, según informa la agencia Associated Press.Zarmeena, madre de siete hijos, fue condenada por el asesinato de su marido hace cuatro meses. Los jueces talibán sostienen que ella confesó el delito sin que mediara presión policial o tortura alguna. Es la versión oficial. No existe otra. En Afganistán sólo existe una voz: la del poder talibán. Dicen esos jueces que Zarmeena, tras una fuerte discusión familiar, atacó a su marido cuando éste dormía. Lo mató a golpes con un martillo. En el juicio, del que casi nada se sabe, la sentencia fue clara: pena de muerte.

El martes era el día señalado para la ejecución. En el ambiente había morbo. Ese público que abarrotaba el estadio estaba acostumbrado a asistir a la aplicación de la justicia islámica más estricta: ejecuciones de varones, familiares de la víctima que disparan sobre el asesino en una escenificación del ojo por ojo..., ladrones que pierden la mano de robar... Pero esta vez era diferente: se trataba de la primera ejecución pública de una mujer.

Zarmeena entró en el estadio enfundada en el burka, un vestido hosco que los talibán califican de tradicional, y que cubre el cuerpo y rostro. Por eso, algunas organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos han calificado a esos miles de personas "las mujeres sin rostro". Entró Zarmeena en ese estadio escoltada por soldados. Los testigos aseguran que la mujer caminó con parsimonia hasta el centro, donde los verdugos le ordenaron tomar asiento. Un talibán, armado con un Kaláshnikov, dio un rodeo por detrás de la mujer, y cuando se disponía a disparar, ella trató de escapar. Fue un gesto baldío, inútil: no había salida. Los otros talibán la sentaron de nuevo en la silla de los ejecutados, y allí, sin que mediara palabra alguna, el soldado que fracasó la primera vez le descerrajó tres disparos en la cabeza. La sentencia estaba cumplida.

Las mujeres son las principales víctimas del claustrofóbico régimen talibán. A las veinticuatro horas de tomar la capital, hace tres años, los jefes de este movimiento islámico radical forzaron a cientos de miles de mujeres a esconderse detrás del burka, a abandonar sus trabajos en escuelas y hospitales y a encerrarse en casa.

Kabul quedó desierta. Miles de mujeres perdieron el derecho a la condición humana. Un equipo de la ONG Médicos por los Derechos Humanos logró entrevistar en 1998 a 40 mujeres afganas dentro del país y a otras 20 en los campos de refugiados en Pakistán. Los testimonios eran brutales.

"Hace cuatro meses, dos amigas resultaron heridas en un accidente de automóvil. Una tenía traumatismo en el cuello y otra estaba también grave. Cinco hospitales se negaron a atenderlas por ser mujeres". Otro ejemplo: "A las mujeres les está prohibido estudiar. Las mujeres afganas no tienen derechos. Somos muertas vivientes". O una tercera: "La tía de mi madre, una anciana, fue azotada por un miembro de la milicia talibán porque se le veía el tobillo".

Son muchas las organizaciones de defensa de los derechos humanos, como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, o europarlamentarias como Emma Bonino, que han mantenido una campaña internacional para impedir el reconocimiento diplomático de los talibán. Ahora, todos estos grupos de presión temen que una eventual entrega de Osama Bin Laden, el millonario saudí al que EEUU vincula con varios actos de terrorismo internacional, y que vive refugiado en Afganistán, sirva de moneda de cambio en una negociación.

En el Afganistán de los talibán está prohibida la televisión, la radio (toda la que no sea la oficial), las películas extranjeras, los libros impíos y cualquier manifestación de occidentalismo. Apoyados en su día por EEUU y su aliado zonal Pakistán, los talibán se han convertido en un poder fuera de control que sigue la dinámica feudal de la sociedad de la que surgen, un país atrapado entre dos imperios -el británico y el de los zares- y que desde hace tres años descendió del siglo XIX a la Edad Media.

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