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El instituto Gil Albert

JOSÉ RAMÓN GINER

A comienzos del pasado verano, Julio de España, presidente de la Diputación de Alicante, ordenó a Miguel Valor, diputado de Cultura, que purgase el Instituto Gil Albert de elementos desafectos. Valor, con la ductilidad y el apremio de quien se sabe en horas bajas en el escalafón de la, se aplicó a la tarea con tal energía que, semanas más tarde, presentaba a su superior un organigrama libre de cualquier sospecha.

Tan extremado celo puso Valor en la tarea que no dudó en llevarse la historia por delante, en el afán de agradar a su jefe. Así, en una fina operación de ingeniería histórica, la web del Gil Albert nos traslada, sin solución de continuidad, de los últimos presidentes del franquismo a don Julio de España, convertido de tal manera en el primer presidente democrático de la institución.

Dejando de lado estos excesos de Valor, me parece muy lógico que el señor España ansiara purgar el Gil Albert. La anterior composición del instituto, un entreverado de conservadores y progresistas, le había dado más de un disgusto, dejándole en evidencia ante las altas instancias del partido. Ahí estaba, por ejemplo, el número de la revista Canelobre, dedicado a Enric Valor que, tras danzar varios meses por los sótanos de la Diputación, no hubo más remedio que sacar a la luz. Y es que ser demócrata resulta complicado. Obliga a respetar a quienes no piensan como nosotros, a discutir con ellos, a tener en cuenta sus puntos de vista. Esto hace que las cosas sean lentas, pesadas, poco efectivas, carentes de esa inmediatez y libertad de movimientos que reclama el político. Si uno ha ganado las elecciones, para qué obligarse a ese farragoso enredo de la democracia.

A la vista de cuanto ha sucedido y contado la prensa, yo no me atrevería a afirmar, como hace Miguel Valor, que la nueva situación beneficiará al Gil Albert. En los últimos diez o quince años, el instituto ha realizado una labor encomiable. En la investigación local, un terreno tan propicio al patriotismo y a la fantasía, impuso una gran seriedad. Los jóvenes investigadores, la mayoría de ellos formados en la universidad, tuvieron en el Gil Albert un apoyo constante, un estímulo generoso. La revista Canelobre alcanzó un evidente prestigio. Las publicaciones resultaron de una gran dignidad y las selección de títulos se hizo, casi siempre, con amplitud de criterio.

Ignoro si las personas designadas por Miguel Valor para el nuevo organigrama del Gil Albert serán capaces de mantener esta línea de exigencia. Desde luego, son gente preparada, de currículo brillante y de una gran profesionalidad. Me temo, sin embargo, que la manera con que Valor ha manejado el caso no les vaya a ayudar. Se han levantado muchos recelos y dudas sobre la institución. La oposición ha anunciado que extremará su control, desconfiando de cuanto pueda ocurrir. En esta situación, la primera tarea a la que deberán enfrentarse los nuevos directivos del Gil Albert, y me temo que la más difícil, será convencer a la opinión pública que no han sido nombrados por su docilidad al Partido Popular.

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