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Tribuna:EL PROCESO DE PAZ
Tribuna
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La amenaza

Antonio Elorza

Cuando una cuestión es grave, las palabras cuentan. Y más aún si existe un pasado con cientos de muertos -de crímenes políticos- por medio. Ése es en realidad el "contencioso vasco". Una minoría activa optó hace décadas por el terrorismo, en el marco de una dictadura, y no está dispuesta a que el libre juego de las instituciones en democracia sea lo que refrende o niegue sus aspiraciones. La llamada "tregua", es decir, la suspensión al estilo Damocles del terror, ha servido para que su "ilusión" sea compartida hasta cierto punto por los partidos nacionalistas democráticos. Nada que ver con lo que piensa la mayoría de la sociedad vasca, pero ésta quiere sin duda, casi con desesperación, que el terror no vuelva, que la llamada "paz", siempre en el campo de juego diseñado por los violentos, resulte definitiva. Y para conseguir una inversión en las opciones políticas tanto nacionalistas violentos como moderados juegan con esa amenaza invirtiendo las responsabilidades. Aplacar a ETA es paz; oponerse, sabotaje.En el callejón sin salida en que se encuentran las iniciativas procedentes del pacto de Lizarra, con la impresentable Asamblea de Electos como único logro positivo, el clavo ardiendo para lograr lo que el propio Arzalluz califica de sacar la situación "del atolladero" consiste en crear de cara a la opinión un mar de anfibologías. El artículo del lehendakari Ibarretxe dio el primer paso, pronto seguido por los voceros del PNV -EH tuvo al menos la virtud de sostener sus posiciones- y de los amigos que les acompañan desde los días de Ermua. A juicio de éstos, no hay que tomar en serio las palabras que sobre el proyecto político vasco emiten los de Lizarra, menos preocuparse por que ETA no vaya a pronunciar las palabras decisivas de fin del terror -"los hechos en pro de la paz", escriben Herrero y Lluch, "son cien veces más elocuentes que las palabras"-; ahora bien, mirando a la vertiente opuesta sí es preciso atreverse "a escribir palabras nuevas". Hacia un lado, Lizarra, nada debe ser tomado en cuenta y los mayores dislates, por ejemplo en relación al País Vasco francés, se resuelven trivializando lo que los abertzales dicen y piensan. En dirección de los constitucionalistas, el tono es admonitorio, recomendando salir del inmovilismo y recuperar ahora la solución del supuesto conflicto entre España y Euskal Herria. La piedra filosofal consiste en reproducir la famosa ley paccionada de Navarra, modelo para Lluch y Herrero. Ley que, por cierto, nunca existió.

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"Cuando se trata de ETA, no le negamos nada a España"

No es extraño que en la línea del artículo conmemorativo firmado por Ibarretxe la aparente imparcialidad quiebre: lo de hoy, dicen, la democracia dentro del estatuto, no puede seguir, y tampoco "tiene que abocar a la independencia de Euskal Herria". Es preciso abrir las puertas a la indeterminación exigida por los nacionalistas. El "pueblo vasco" -¿cuál: el de la CAV, el vasco-navarro, el vasco-francés incluido?- debe tener "la última decisión política". No se aceptará, advierte Ibarretxe, tutela de nadie. En suma, el discurso del lehendakari, lógico si pensamos en que ve en EH "una aportación" y un ángel de paz, enlaza con el sujeto difuso de Lizarra, cuyo único rasgo definido consiste en situarse al margen del orden constitucional español. Herrero y Lluch suscriben a ciegas la ambigüedad, pero curiosamente para proponer que todo tiene encaje desde y en la Constitución. La conclusión es que ambos se han equivocado de destinatario, pues de nada sirve enumerar reformas si el problema real planteado por Lizarra es que ese "pueblo vasco" decida al margen de la Constitución. No son los inmovilistas los que tienen que cambiar, sino el frente de Lizarra, para el cual toda estrategia de "construcción nacional" y de "paz" consiste en rechazar 1978 y buscar la situación mítica de 1839.

Por eso el aparente lenitivo pactista, apoyado en los famosos "derechos históricos" de raíz sabiniana, arranca de dar por bueno que existe una colectividad vasca, de perfiles definidos a voluntad por el nacionalismo, que pacta con España. Suponer que desde semejante artilugio, con ETA manteniendo las espadas en alto, pueda resolverse el "contencioso" -la coacción política asociada con el terror- resulta poco convincente.

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