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Reportaje:

La legislatura de la pareja de hecho

Enric González

"Estamos dispuestos a que nos aprieten, pero, por favor, no nos ahoguen". El 10 de mayo de 1996, en el Parlament, Aleix Vidal-Quadras ofrece su garganta a Jordi Pujol. Con esta rendición, que marca el principio del fin de Vidal-Quadras como líder del PP en Cataluña, comienza la quinta legislatura catalana -y quinta de Pujol- tal como la recordamos: un cuatrienio relativamente cómodo para el presidente de la Generalitat, que ha podido apoyarse en los populares sin prescindir, cuando le ha parecido necesario, de la coreografía nacionalista. La clave fue un pacto alcanzado en el hotel Majestic, por el cual los diputados de CiU se comprometieron a sostener en Madrid al aparentemente frágil Gobierno de José María Aznar. La contrapartida estaba clara: en Cataluña, ni pío. Dos frágiles se hacen fuertes. Unos meses antes, en otoño de 1995, tras las elecciones autonómicas, quien parecía frágil era Pujol. Había perdido la mayoría absoluta, erosionada precisamente por el pujante PP de Vidal-Quadras, y se enfrentaba a una oposición variopinta pero peleona. Un pacto entre PSC, PP, ERC e IU colocó al socialista Joan Reventós en la presidencia del Parlament. CiU se apresuró a denunciar el "cuatro contra uno", que parecía augurar una legislatura tormentosa para el Gobierno convergente. Pero en primavera llegaron las generales y la victoria precaria de Aznar. Las dos debilidades, una en Madrid, la otra en Barcelona, sumaron una doble fortaleza. Nunca dos mayorías relativas han parecido tan absolutas. Pujol, que había colocado a su diestra al eficiente Xavier Trías (consejero de Presidencia) para capear a la oposición, acabó utilizándole más bien para evitar cortocircuitos con los aliados de Madrid. La escisión de ERC y la formación del efímero PI de Ángel Colom redondearon un panorama satisfactorio para Pujol. La cuestión lingüística. La llamada ley del catálán, que reforma la legislación lingüística de 1983, ocupó todo el año 1997 y se erigió en plato fuerte de la legislatura. Fue, además, un ejemplo perfecto de la habilidad de Pujol para barajar apoyos y del desparpajo del PP para disimular su mansedumbre. Tras larguísimas negociaciones, todos los grupos parlamentarios votaron a favor de la ley, también el PSC, menos ERC, que se opuso por considerarla pacata, y el PP, que se abstuvo. Unos cuantos rifirrafes cruzados por vía de prensa entre las huestes de CiU y del gobierno de Madrid, algunas "aclaraciones" sobre la ley facilitadas al Defensor del Pueblo para evitar un recurso de inconstitucionalidad, y el pataleo de Vidal-Quadras -ya defenestrado- zanjaron el asunto. Durante el proceso de negociación de la ley y en su posterior desarrollo -reglamento sobre la cuota de doblaje de películas al catalán, cuya entrada en vigor se ha aplazado dos veces- entró en combustión lenta e inexorable el consejero de Cultura, Joan Maria Pujals, que por un tiempo había ingresado en la nómina de delfines hipotéticos de Pujol. Como otros delfines pretéritos, Pujals parece hoy carbonizado sin remedio. Unidad de quemados. La legislatura fue prolija en combustiones. Pocos consejeros se libraron de la quema. La mayoría ardieron, si bien la fiel infantería del PP evitó sistemáticamente la reprobación de los afectados. El consejero de Trabajo, Ignasi Farreres, salió malparado de unas supuestas irregularidades en el manejo de fondos europeos -dimitió un director general- y del supuesto favoritismo hacia empresas vinculadas a su partido, Unió, en el reparto de los fondos de formación. El consejero de Agricultura, Francesc Xavier Marimon, ya tiznado en marzo de 1998 por la unanimidad de la oposición -salvo el PP- y las organizaciones agrarias contra su gestión, viró al negro azabache tras los incendios que en julio de ese mismo año devastaron la Cataluña central. El Gobierno admitió que la política de limpieza de bosques había sido poca y mala. Otro afectado por los incendios fue el consejero de Gobernación, Xavier Pomés, que tuvo que reconocer serios fallos de coordinación como jefe máximo de los bomberos. El consejero de Industria y Turismo, Antoni Subirá, se llevó lo suyo a principios de 1999, cuando se supo que no había presentado denuncia ante el juzgado -como recomendaba la Sindicatura de Cuentas- por las irregularidades en el Consorcio de Turismo. Además, se le perdieron 2.500 expedientes relacionados con las irregularidades. No pasó nada. Guerra geriátrica. Caso aparte es el de Antoni Comas, consejero de Bienestar Social. Las acusaciones por el supuesto clientelismo de su gestión -algo que habían soportado ya varios de sus antecesores en el cargo- degeneraron en bronca en febrero de 1999. Los socialistas culparon a Comas por el déficit de instituciones para ancianos en Barcelona. Comas, con cargo a los presupuestos, publicó unos anuncios en los que aseguraba que toda la responsabilidad correspondía al Ayuntamiento de Barcelona, por no ofrecer terrenos. Los socialistas le llamaron de todo y presentaron una denuncia ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia. Comas llamó de todo a los socialistas. Pujol salió en defensa de su consejero con un contraataque: bloqueó la aplicación de la Carta Municipal de Barcelona, recién aprobada tras un larguísimo via crucis de negociaciones. Cosas de KIO. La sombra de KIO, el que fue ubérrimo consorcio inversor kuwaití, y de su hombre en España, el hoy preso Javier de la Rosa, se proyectó de forma intermitente sobre el caserón de la Ciutadella. Pujol prefirió no extenderse -en realidad, no dijo nada- cuando, de forma insistente, se le preguntó desde la oposición sobre sus relaciones con De la Rosa, al que un día llegó a calificar de "empresario modélico". Cuando se descubrió que un diputado de CiU, Jaume Camps, había cobrado unos cheques procedentes de fondos de Javier de la Rosa, el PP evitó que se formara una comisión de investigación. Camps dijo que los había cobrado como abogado, en representación de un cliente. El asunto forma parte del voluminoso sumario sobre las actividades de KIO. Un hombre que había mantenido estrechas relaciones con De la Rosa, que había sido peso pesado del gobierno de Pujol y que había sonado como delfín, Macià Alavedra, se despidió de la política en esta legislatura. Parejas de hecho. El 19 de septiembre de 1996, el diputado convergente Raimon Escudé rechazó en el Parlament la creación de un registro para las parejas de hecho, como pedía ERC, porque esas parejas no eran matrimonios, sino "concubinatos". Quién iba a decirle a Escudé que un par de años después, en 1998, el Parlament aprobaría, con su voto y el de los demás diputados de CiU, la Ley de Uniones Estables de Pareja, la primera de España en regular las parejas heterosexuales y homosexuales. La consejera de Justicia, Núria de Gispert, se apuntó un tanto. CiU optó por limitar a Cataluña ese arranque progre: en el Parlamento español, de acuerdo con el PP, mantuvo una posición mucho más conservadora sobre las parejas de hecho. Som i serem. CiU y PP se guardaron una fidelidad estricta, tanto en Madrid como en Barcelona, en las cuestiones sagradas: los presupuestos. En lo demás, se comportaron como una pareja liberal. Pujol no se privó de algunas alegrías, como la ley de selecciones deportivas catalanas -recientemente aprobada-, y de canas al aire como la de votar y aprobar, el 1 de octubre de 1988, una moción que proclamaba el derecho del pueblo catalán a la autodeterminación. En la misma sesión, eso sí, CiU votó también en contra de reformar la Constitución. "Que nadie se escandalice: estamos donde estábamos", proclamó Pujol. El que manda. El 5 de febrero de 1997, CiU se apoyó en todos menos el PP para que el Parlament censurara al portavoz del Gobierno, Miguel Ángel Rodríguez. El locuaz portavoz había proferido algunas bromitas sobre la entonces proyectada ley de selecciones deportivas. El PP catalán puso cara de enfadarse. El 29 de octubre de ese mismo año, Pujol anunció ante el Parlament que su gobierno no cumpliría el plan de enseñanza de Humanidades diseñado por la ministra de Educación, Esperanza Aguirre. La ministra, otra especialista en bromitas y frases inoportunas, quería que la historia se enseñara igual a todos los alumnos españoles, desde Almendralejo hasta Puigcerdà. El PP catalán puso, otra vez, cara de enfadarse: su líder parlamentario, Josep Curto, ha sido estos cuatro años un gran actor de reparto. Curiosamente, Miguel Ángel Rodríguez y Esperanza Aguirre ya no están en el Gobierno de Aznar.

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