Omagh, la esperanza quebrada
Un año después del atentado que mató a 29 personas e hirió a otras 350, la ciudad que sufrió en un solo día el peor ataque terrorista perpetrado en Irlanda del Norte en los últimos 30 años busca paz y justicia; pero la paz no termina de llegar y los autores de la matanza siguen sueltos."Oímos las promesas de los políticos, pero no les vemos actuar en consecuencia", asegura Michael Gallagher, padre y hermano de sendas víctimas del terrorismo. Gallagher es uno de los que permanecen rotos por el dolor en el Ulster.
Desde que la bomba de Omagh sesgara la vida de su hijo Adrian ha dicho en público frases como ésa sin perder la compostura. De su chico, que habría cumplido 22 años, recuerda una sonrisa radiante minutos antes de morir destrozado por los 225 kilos de explosivos.
Por un momento, el atentado pareció unir a todas las partes en litigio en el rechazo. Pero el proceso de paz en el Ulster está estancado, el runrún de las pistolas es cada vez menos sordo y, lo que resulta más desolador aún, apenas nadie cree en la ciudad que los autores de la matanza vayan a ser entregados a la justicia.
"Ahora mismo vuelvo"
Llovía sin cesar en Omagh, atractiva localidad del condado de Tyrone, mientras la población entera se aprestaba a recordar hoy el instante que cambió su historia. La memoria de Michael Gallagher, uno más entre los dolientes, ha registrado incluso detalles insignificantes. Estaba en la cocina de su casa cuando su hijo Adrian dijo: "Ahora mismo vuelvo", y sonrió. Un gesto sin importancia cualquier otro día, pero no el 15 de agosto del año pasado. "En casa retenemos esa sonrisa como si fuera algo excepcional [tiene esposa y otras dos hijas]. Lo mismo nos pasa con todos los momentos anteriores a la bomba. Es como si lo necesitáramos para volver a ser una familia completa", ha declarado al dominical The Independent on Sunday.
Uno de sus hermanos, Hugh, murió hace 15 años a manos del IRA, una macabra coincidencia. Cuando perdió a Adrian, no pudo contenerse más. Ahora lleva 12 meses haciendo campaña a favor de las demás víctimas desde una oficina portátil situada en un aparcamiento local. Como el resto de sus conciudadanos, sabe que compartir su pena equivale a recordarle al resto del mundo, sin afectación alguna, que nada parecido debe volver a repetirse. Michael Duffy, su vecino en esta simbólica tarea de recomponer Omagh y con ella el proceso de paz, se ocupa también de confortar a los afectados.
Duffy salía de Omagh para comenzar el veraneo cuando estuvo a punto de regresar en busca de las zapatillas deportivas de su hijo de seis años. No lo hizo para no perder el tiempo. Hoy coordina Trauma Unit, un servicio de control del estrés abierto a todos sus conciudadanos que viven abrumados por lo sucedido. Como no exige cita previa para acudir, sus 14 terapeutas han atendido a 500 personas. También han visitado las 30 escuelas urbanas y preparado a sus profesores para que reconozcan a los alumnos en apuros.
La Fundación Omagh es la otra instancia encargada de atender la parte más prosaica, pero igualmente justa, derivada del atentado. Reparte a las familias de las víctimas, las españolas entre ellas, las compensaciones económicas provenientes de los donativos desinteresados llegados del mundo entero. Pero la solidaridad no ha borrado la mayor decepción, que es también el principal punto político de fricción: se trata de los autores del atentado. Reivindicado a los pocos días por el IRA Auténtico, los extremistas republicanos que luego declararon una tregua, siguen en la calle.
Gallagher cree que los terroristas son conocidos entre los suyos, los católicos republicanos, pero nadie quiere hablar. No se fían de la policía. Mejor dicho, desprecian al Royal Ulster Constabulary (RUC) de Irlanda del Norte, un fuerza formada en un 92% por agentes protestantes. La teoría oficial es que sus jefes conocen a los autores de la matanza, pero carecen de pruebas suficientes para acusarles. La única persona que será juzgada está en libertad condicional con una fianza de 2,5 millones de pesetas.
El Sinn Fein, brazo político del Ejército Republicano Irlandés (IRA), ha ofrecido una explicación al mutismo ciudadano. Los miembros del RUC no viven en Irlanda del Norte, suelen "llegar en helicóptero, molestan a los católicos y desconocen la realidad". En consecuencia, nadie confía en ellos.
Sus oponentes unionistas ofrecen otra versión. Según ellos, los terroristas no han sido juzgados todavía porque habrían llegado a un acuerdo con el Gobierno de Irlanda. En otras palabras, Dublín garantiza su libertad "a cambio de que el IRA mantenga el alto el fuego", en palabras de Oliver Gibson, miembro de la Asamblea de Irlanda del Norte, el Gobierno autónomo compartido entre unionistas, nacionalistas y republicanos y que no hay manera de formar. "Son asesinos y andan sueltos por ahí", dijo el pasado jueves al programa radiofónico Today, emitido por la BBC.
Para la policía británica, la situación es bochornosa. Sus investigadores aseguran haber interrogado a más de cuarenta sospechosos, pero están estancados. Lo que empezó como un admirable ejercicio de colaboración entre ellos y la policía irlandesa (Garda) ha terminado en tablas por culpa de sus diferentes enfoques. Tanto es así, que Londres ha encargado ya una revisión independiente del caso.
Policía protestante
En el RUC no hay más de un 8% de agentes católicos, y dicha proporción deberá cambiar si pretende sobrevivir. Los miembros del Sinn Fein no aceptarían menos de un 43% de católicos de uniforme para que la población estuviera equitativamente representada. Los unionistas no creen, por su parte, que esa especie de discriminación positiva policial garantice la seguridad.El próximo 6 de septiembre, y una vez que todas las partes hayan revisado sus posturas, deberían reanudarse las accidentadas conversaciones. Una figura familiar en Belfast, el senador estadounidense George Mitchel, que presidió la negociación del Acuerdo de Viernes Santo, volverá a mediar en la nueva ronda prevista para entonces.
En Omagh, entretanto, habrá desde hoy una plaza nueva. Nadie contaba con ella. Es el foro del recuerdo del atentado abierto en memoria de unos caídos más inocentes que nunca. De los 29 muertos, 9 eran niños y 13 mujeres, una de ellas embarazada de gemelos. Si su violenta desaparición hubiera servido para algo, la ciudad tal vez soportara mejor el inevitable olvido de las mismas personas que ahora le dedican emocionadas su atención. O, en palabras de Gallagher, "sería como haber burlado a tiempo el abismo".
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