_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La brecha

JOSÉ MANUEL ALONSO El Kursaal de San Sebastián ha abierto al público sus puertas. Finaliza así el sueño y empeño de una ciudad para estar en la brecha de la vanguardia gracias a las dos rocas varadas de Rafael Moneo, con 50.000 metros de superficie útil para desarrollar actividades congresuales y culturales. Este adelanto de casi tres meses a la inauguración oficial se ha hecho con un congreso que es todo un símbolo, dedicado a la innovación, es decir, al futuro, "iniciándose", dicen los responsables, "un despegue económico y cultural de la ciudad" y anunciándose para el 2.001 una odisea del espacio (y/o del hospedaje): la celebración de un congreso de medicina familiar en el que participarán 5.000 especialistas. Ahora que todos los ojos, las lenguas y los pies van al Kursaal, es el momento idóneo para recordar -de la lectura de J. M. Alvarez Emparanza- que fue una brecha, es decir, una abertura, la que sirvió, en 1719, de aldabonazo innovador de un cambio en la razón de ser de San Sebastián, que comprendió desde entonces que tenía que dejar de ser una plaza fuerte para convertirse en un lugar sin murallas, abierto a todo el mundo. Fue la artillería del duque de Berwick (mariscal francés y bastardo de Jacobo II de Inglaterra) la que abrió en las murallas una gran brecha (de ahí procede el mercado de ese nombre) que hizo despertar el sentido emprendedor y universal de la ciudad; la que sirvió de arma estratégica para el esplendor de aquel siglo XVIII y posteriores. A partir de entonces, por razones bélicas y no pacíficas, culturales y congresuales, como es ahora, la ciudad fue cambiando esencialmente para dejar de circunscribirse "a las cuatro paredes de las murallas" y convertirse en una de las más bellas y en punto de encuentro del mar, los vientos y los caminos. Ahora, dos grandes rocas varadas y sólidas van a servir, según se decía hace unos días en este periódico, de "contraste de la vanguardia de un arma estratégica con la arquitectura romántica del entorno". Y hoy, más que ayer, San Sebastián es ciudad aún más abierta, y polivalente.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_