Peñarroya y la herencia minera
Dos cosas preocupan en Peñarroya-Pueblonuevo. Las dos están bajo tierra: las minas de carbón y el cementerio nuclear de El Cabril. Con 13.606 habitantes, está localidad, capital del Alto Guadiato, al norte de la provincia de Córdoba, sufre las consecuencias de la reconversión minera. El paro local, según datos facilitados por UGT, asciende al 28% y las perspectivas no son buenas. El desánimo es general. Ya nadie quiere carbón. Pese a ello, las autoridades locales aseguran que no se puede tirar la toalla. Apuestan por la creación de polígonos industriales, que atraigan fábricas y actividad a la zona. No es fácil, pero ellos lo tienen menos difícil que el resto. Si los números no fallan, y cuando se habla de presupuestos nada es seguro, 8.000 millones al año deben llegar a la comarca en el próximo lustro. Se trata de los fondos Miner, creados por el Ministerio de Industria para reactivar y diversificar la actividad en las cuencas mineras. La historia viene de antiguo. A finales del siglo pasado empezó la explotación del carbón. Un nuevo núcleo urbano se fue desarrollando: Pueblonuevo. Tanto creció que llegó a unirse al antiguo Peñarroya. En la década de los 50, al auspicio de la minería, gestionada por una empresa de capital francés, la población superó los 30.000 habitantes. Peñarroya tenía carbón, y con él, las industrias necesitadas de este recurso energético: fábricas, fundiciones, papeleras. Todo bajo control francés. En 1960, se instaló El Cabril, en la población vecina de Hornachuelos. Pese a estar en otro término, Peñarroya es uno de los pueblos más cercanos al cementerio. No más de 25 kilómetros separan su casco urbano de los residuos radioactivos. Cementerio nuclear Coincidiendo con la llegada del cementerio, los franceses decidieron abandonar sus inversiones en Peñarroya. Ningún documento muestra relación entre ambos hechos. Ningún político lo reconoce abiertamente. Pero los ciudadanos lo tienen claro. El Cabril marcó el inicio de la decadencia, la salida de los franceses. En 1962, el INI se hizo cargo de las minas. Las fábricas quedaron abandonadas. A principios de esta década, 1.200 mineros trabajaban en las mina; hoy sólo 495. El último capítulo de la historia, ha sido la marcha negra, que llevó a pie a 100 mineros hasta las puertas de Madrid. No todo el mundo tiene claro que se haya conseguido algo. Al menos se ha puesto de manifiesto la necesidad de un pueblo, dicen unos. Otros se muestran confiados en que algo se habrá obtenido del Gobierno. Lo cierto es que la producción sólo está asegurada hasta el año 2005. Los socialistas gobiernan la localidad desde 1979, cuando se eligió la primera Corporación. Su actual alcalde, Alejandro Guerra, repite candidatura. Igualmente, IU vuelve a presentar al mismo cabeza de lista, Rafael Muñoz. El PP, acude con Juan Luis Rodríguez, su antiguo número dos. Las fuerzas están igualadas. En las últimas elecciones el PSOE sacó seis concejales; IU, cinco; PP, cinco ; y el PA, uno. El sexto edil lo ganaron los socialistas a la federación de izquierdas por un solo voto. Los políticos se muestran confiados en diversificar la actividad local, aprovechando la inyección económica prevista en los fondos Miner. No obstante, la población no es muy optimista. Los jóvenes emigran a la zona de invernaderos de Almería o a las fábricas de cerámica de Castellón. Sirva como muestra una anécdota: la estatua del minero que ocupa el lugar central de la plaza del pueblo apareció el pasado carnaval con un gorro, una chaqueta y una maleta colgada de sus manos. Junto a ella, un letrero: "Yo también me voy a Castellón".
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