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Guerra, culturas, izquierda

Uno de los motivos de la brutalidad de las guerras que han asolado el corazón de Europa desde el siglo XIX ha sido la incomprensión de las diferencias culturales en ella existentes. Los intereses geoestratégicos de las potencias en conflicto suelen ser hoy muy patentes. Los intereses económicos en juego no lo son tanto: quedan ocultos por la propaganda bélica de "los nuestros" y de los otros. Pero la instrumentalización por arriba, por parte de los poderosos, de las diferencias y las incomprensiones culturales de los de abajo, sigue siendo -y el que no quiera verlo es que está ciego- lo que acaba convirtiendo en barbarie todo conflicto entre culturas.Hoy esto vuelve a ocurrir.

Al analizar los motivos de la nueva guerra en los Balcanes se ha hablado mucho ya de la maldad de Milosevic y de los históricos conflictos y encontronazos entre serbios, croatas, bosnios y albaneses. Estos conflictos han asolado varias veces el marco geográfico de lo que se llamó Yugoslavia. Sin duda, conocer esa historia es importante para entender lo que está pasando ahora. Pero no lo es todo. Ante el ataque decidido por los gobernantes de la OTAN a las poblaciones de la República Yugoslava hay otro factor que no se está teniendo suficientemente en cuenta, a saber: la incomprensión, tan histórica como la otra, de la Europa occidental (y ahora de los Estados Unidos de Norteamérica) respecto de lo que han sido y son uno de los pueblos que viven en aquella zona, los eslavos.

Esta incomprensión está nuevamente en la base de lo que la mayoría de los analistas informados consideran ya "el error" principal de la OTAN al iniciar los bombardeos sobre Belgrado. La pregunta que conviene hacerse es: ¿ha sido un error por imprevisión o ha sido un error calculado? Para quien vive a una o dos horas de vuelo de Belgrado, sin duda, ha sido un error de imprevisión. Para quien manda bombardear desde el otro lado del Atlántico, a miles de kilómetros de los Balcanes, probablemente ha sido un error calculado. En la catástrofe Wall Street sube, el euro baja. Y no es la primera vez que eso ocurre: hay el antecedente de los bombardeos sobre Bagdad.

Desde la época de las guerras napoleónicas hasta el fin de la segunda guerra mundial han sido muchos los intelectuales de la Europa oriental que han llamado la atención sobre el analfabetismo de que la intelectualidad europeo-occidental hace gala cuando habla de la cultura eslava. Tolstoi y Dostoievki escribieron páginas, que deberían ser de lectura obligatoria para nosotros, sobre la prepotencia y el complejo de superioridad de la cultura de este lado de Europa. Confirman esa impresión los balbuceos y las tonterías que ahora están diciendo los psicólogos de la CIA y buena parte de los diplomáticos y de los políticos occidentales sobre los serbios.

Por lo general, la intelectualidad eslava ha sido más comprensiva de la diferencia de la otra parte de lo que suelen serlo todavía los intelectuales y los políticos de nuestro mundo. Emir Kusturica y Milche Manchevski saben más de nosotros, de nuestra cultura, que la mayoría de los intelectuales europeoccidentales de lo que fueron las culturas de los pueblos que componían la federación yugoslava. Y por eso explican mejor, con los conceptos de nuestra cultura, lo que ha pasado y pasa allí: el comienzo de Underground en Belgrado y el final de Before the rain en Macedonia enseñan más sobre el presente conflicto que la mayoría de los análisis occidentales.

Las consecuencias del desconocimiento de la otra cultura, en este caso de la cultura de los serbios y de los eslavos, y el tratar de forzar a los otros para que adoren los mismos valores mercantilistas y pseudodemocráticos que se adoran en esta parte del mundo, han sido casi siempre catastróficas para la Europa ilustrada. Una parte de Europa empezó a darse cuenta de eso en el corazón de las tinieblas de África. EEUU repitió experiencia en Vietnam. Todo el mundo sabe que la situación es hoy distinta y todo el mundo dice que la historia no se repite. Puede ser. Pero también ayer todo el mundo sabía, en África y en Vietnam, de la absoluta superioridad de "los nuestros" en lo militar y en lo económico. Y ahora sabemos además que eso no era saber lo suficiente. Que en el mundo hay más cosas de las que caben en nuestras cabezas eurocéntricas.

Este desconocimiento, este analfabetismo, que se está convirtiendo en prepotencia autosuficiente cuando hablan hoy los mandamases de la OTAN, ha dado lugar a una gran desorientación entre muchísimas personas ilustradas, pacíficas y progresistas de la Europa occidental. Personas que, en momentos así, tienden a hacerse militaristas con el falaz argumento de que vamos a combatir, una vez más, la barbarie de los otros, en este caso de los serbios, de los eslavos. Empieza a ser sintomático (y algunos pensarán que paradójico) el que en comparación con las de estos ex-pacifistas las palabras de los militares desplazados por la ONU al corazón de Bosnia suenen a razonables y comprensivas. ¿Será porque hablan estos otros, más allá de su profesión, con conocimiento de causa?

Entender el sufrimiento de los exiliados, deportados y refugiados kosovares en estas circunstancias no es sólo cosa de personas bien nacidas; eso es la a del alfabeto político para el fin de siglo. Y ayudar en esa circunstancia trágica es de justicia; es también la conclusión razonable del entender el sufrimiento de los que, en conjunto, están peor en esta guerra. Muy poco hay que discutir en ese punto. Pero, dicho eso, habría que preguntarse en seguida por qué no se empieza por escuchar a Rugova, presidente electo de la autoproclamada república de Kosovo, en vez de alentar ese otro escándalo cultural que es el enviar a Guantánamo a los refugiados albano-kosovares. Me parece que la respuesta a esa pregunta no puede ser: porque la propaganda serbia miente al presentar a Rugova ante las cámaras de televisión. Eso no lo pueden decir con verdad los que mintieron antes desinformando a la opinión pública mundial sobre la muerte de Rugova. Sólo encuentro una respuesta atendible a esta pregunta: no se quiere escuchar a quien no entra en el cliché previamente establecido por la propaganda de los nuestros. De la misma manera que no se quiere mencionar apenas a los que se enriquecen con el tráfico de armas.

Hablar ahora de "los serbios" en general, como si todos fueran iguales, es tan obtuso como el cacareo, sin distinciones, sobre "los españoles", "los catalanes" o "los vascos". Tirar bombas que matan a los que menos culpa tienen diciendo que van dirigidas al corazón de Milosevic seguirá siendo una mentira, dígala Agamenón o su porquero. En este caso, la mentira política de nuestra cultura. Y con mentiras así hasta los cínicos de ayer se convierten por reacción en patriotas de hoy. Pero escribir en pancartas, como se está escribiendo en estos días, "Primero Kosovo o Kurdistán, luego Cataluña o Euskadi" es algo peor que seguir en la archiconocida selva de los tópicos. Es jugar con los sentimientos más profundos de las gentes y abrir de nuevo el camino al oscurantismo militarista. Si quiere llegar a tener pensamiento propio en estas cosas que nos afectan tanto, la izquierda europea debería prohibirse ya el uso genérico del artículo "los" para hablar de todos y cada uno de los miembros de una cultura que ni siquiera conoce. En caso contrario se corre el riesgo de que lo que ayer se llamaba izquierda quede dividida entre la exaltación de los patriotismos varios y la ampliación del coro de cortesanos de la Compañía del Gran Poder.

Francisco Fernández Buey es catedrárico de Filosofía de la Universidad Pompeu Fabra.

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