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El estadio virtual

Los bares hacen negocio, y entre copas y tapas, los hinchas dicen vivir con más intensidad los partidos de la teletaquilla

"Montaíto de pringá, montaíto de huevas, tabla de quesos, tabla de jamón, Barça-Madrid". Así, entre tapas de la tierra, se anunciaba en el cristal el Barça-Madrid que ayer desplazó el habitual partido del Betis en la pantalla de televisón del bar El Rocío, en el sevillano barrio de Los Remedios. Con menos gracejo y más dramatismo, en un bar madrileño, un grupo de aficionados blancos asentía tras la sentencia de uno de ellos: "Con estos partidos los bares se forran". Fue la opinión más extendida entre el público televisivo del barrio de Salamanca -de mayoría absoluta madridista- que se acercó a ver el clásico a una cervecería de la calle de General Pardiñas.

Copas y más copas

El alcohol y los pinchos marcan una diferencia sustancial entre la tele en casa y el fútbol en el bar. La graduación etílica acentúa las curvas entre el sentimiento de euforia y el de frustración. Ayer, el descanso del partido sorprendió a un socio del Madrid que rumiaba su humillación aferrándose al gin-tonic: "Yo estoy en contra del pago por visión pero no se puede negar que en el bar el fútbol se vive más que en casa". La aflicción de ir 2-0 por debajo en el marcador no reprimía en la concurrencia los impulsos propios de la atmósfera del bar madrileño: "¡Marchen cinco cubatas de whisky con coca-cola!". Agustín, el orondo propietario del local, refrendaba las palabras de su cliente al tiempo que repartía pedidos: "Aquí hay mucho más ambiente que en casa, esto es mucho mejor". Enfundado en una camiseta blanca con la colección completa de autógrafos de la plantilla, el camarero Agustín -otro elocuente socio del Bernabéu- hacía caso omiso al resultado del partido: irradiaba felicidad. Los motivos no eran difíciles de adivinar y él lo exponía con rotundidad: "Desde que compramos los partidos en taquilla viene más del doble de clientela que los domingos sin fútbol". Lo mismo ocurre en un bar cercano al Palacio de los Deportes de Madrid. Su dueño asegura que los domingos por la tarde eran jornadas poco rentables hasta que se abonó a Canal Satélite: "El primer partido que pusimos fue el Madrid-Atlético, y la verdad es que estamos trabajando muy bien: siempre se llena". En Sevilla, una cincuentena de personas abarrotaban el reducido espacio del bar El Rocío para seguir el encuentro. "Como damos los partidos todos los fines de semana, esto está siempre igual", dice uno de los desbordados camareros señalando el lleno masivo que presenta el local. No cabe un alfiler. Abrir la puerta para entrar al local es toda una proeza, y más el hacerse con un hueco cercano al televisor. Arremolinados en la barra, entre cafés y cervezas, los clientes contemplan la pantalla del televisor, flanqueada, como no podía ser menos, por una reproducción de la Virgen del Rocío y un amplio muestrario de chacinas y jamones.

El tempranero gol de Luis Enrique pronto revela hacia qué equipo se inclinaban las simpatías de la mayoría de los presentes. Para desesperación de la minoría merengue, el segundo tanto de Luis Enrique desencadenó una explosión de vítores y aplausos a la que sucedieron las inevitables chanzas sobre la mediocridad del rival. "El Contreras éste es un portero de todo a veinte duros", espetaba un seguidor culé, "igualito que Hesp que es un gato", apostillaba su compañero. Delante, Antonio Martín y Marcedes Bermúdez, sabedores de ser minoría, inclinaban la cabeza sobre la taza de café en un intento de pasar inadvertidos a las bromas y comentarios sobre los "sufridos" aficionados del Real Madrid. "Está bien que lo den en el bar porque aún no tengo el Canal Satélite y aquí puedo ver los partidos. Además, para la gente del bar es aún mejor", explica Antonio con el asentimiento de su amiga Mercedes.

Dos calles más abajo, el bar Asunción recurrió a la compra en taquilla de dos partidos para asegurarse el lleno. "Hemos comprado el Barça-Madrid y el Betis-Racing y así sólo tenemos que cambiar de canal para ver los dos", indicaba uno de los camareros instantes antes de que dieran comienzo los partidos.

Entre béticos y culés, Sevilla tuvo más motivos para las celebraciones que una descorazonada Madrid. Y en el epicentro de la decepción: el barrio de Salamanca. En el bar de la calle de General Pardiñas, un grupo de Ultras Sur se agarraba la cabeza con el remate de Raúl que detuvo Hesp. Y con el derechazo de Hierro que volvió a despejar con el guante el portero azulgrana. Una hora antes, con el pitido inicial habían entonado un canto típico en el fondo sur: "y va a seguir, y va a seguir la dictadura del Madrid...". Pero quedaban 30 minutos y la suerte les había sido esquiva. Los radicales no podían esconder su pesimismo: "Todavía queda partido", dijo uno cuando vio en acción a Savio. "¡Que vá! Esto está perdido", le replicó su colega. Circularon insultos de reporbación para los jugadores. Alguno hasta expresó su racismo y llamó "negro de mierda" a Seedorf. El partdio llegó a su fin y para entonces las copas estaban vacías y el público empezaba a retirarse. Como las gradas, las mesas del estadio virtual se quedaron desiertas.

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