_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Algo

Mi amigo chino, el doctor Kang, me hace ver que la felicidad no procede de poseer mucho dinero, mucha salud o mucho amor. Tampoco la dicha se consigue teniendo poca salud, poco dinero o poco amor. La circunstancia ideal sería aquélla en la que se conjugara algo de amor, algo de salud y algo de dinero. Si se desea agregar cualquier otro elemento, su dosis siempre deberá ser no superior ni inferior a algo. El algo es la ración áurea, el canon ideal que conduce seguro a una recompensa óptima. Contra la idea, muy occidental, según demuestran los negocios, de que lo colosal es el cenit del deseo, el doctor Kang propone la sabiduría oriental que sopesa, en el trasparente aforo del "algo", la medida insuperable de las cosas.Nunca existirá pues, tampoco, la pretensión de ser extremadamente virtuoso en nada particular, ni de rechazar en absoluto un vicio determinado por el que sintamos especial cariño. La salud es buena, pero una salud exultante es ofensiva y peligrosa y decepcionante. De la misma manera, el personaje muy rico resbala hacia la vulgaridad o la desesperanza; y, otro u otra, desaforadamente enamorados se despeñan en el ridículo o en el suicidio. La verdadera felicidad exige medida, disciplina y tino: una sabiduría muy cierta, alta y elegante.

El alma funciona en la filosofía occidental como una especie de artefacto del que se espera la consecución de las cosas más enormes y estrafalarias. La mente preferida en oriente, por el contrario, es parecida a una luz natural y no halla otra cima que una visión limpia y acompasada. Un bodegón, por ejemplo, donde las frutas posean un brillo y un peso diáfanos y cuyo sabor, al cabo, ni fascine ni envenene. Sino que sirva para comer, gratificarse y procurar al estómago la culminante felicidad de algo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_