_
_
_
_
_

Cuna de guardias civiles

En las casas de los vecinos de Somontín -un pueblo del interior de la provincia almeriense que apenas supera el medio millar de almas-, el rincón preferente del mueble del salón no lo ocupa la foto del chaval cuando hacía el servicio militar. En estas casas el uniforme de la instantánea es otro, también verde, pero con tricornio incluido. Y es raro el hogar donde esta imagen no esté inmortalizada, porque es muy rara la vivienda en la que alguno de sus miembros no es de profesión guardia civil. Somontín no tiene cuartel, nunca lo ha tenido. Pero, curiosamente, concentra la mayor proporción de guardias civiles de toda Andalucía. Superan el centenar los varones que, en un pueblo de 508 habitantes donde no son pocos los jubilados, visten el uniforme que les compromete a dar todo por la patria. En el año 1924, dos pequeñas fábricas de talco se instalaron en la estación de ferrocarril de Purchena, un municipio que dista 9 kilómetros de Somontín y que es el puesto de la Guardia Civil más cercano a los somontineros. Tras la guerra civil se alcanzó una producción récord que rozaba las 8.000 toneladas y en el año 1942 llegaron al 45% de la producción nacional. Pero aparecieron nuevas fábricas y la bonanza económica se truncó. Eso provocó que muchos de los vecinos de Somontín se vieran obligados a optar por la emigración. De los 1.047 habitantes que había en 1950, se pasó a 680 veinte años después. Muchos escogieron Cataluña como horizonte para un futuro mejor. Otros optaron por una vía más curiosa: ingresaron en la Guardia Civil. Francisco Oliver García, de 57 años, es un ejemplo de aquéllos a los que la crisis de las minas de talco les llevó a pensar en el uniforme. "Yo ingresé en el año 66. No tenía ningún antecedente en mi familia pero las minas se habían agotado y en el pueblo habíamos tenido algunos generales y coroneles. Todo eso influyó para que muchos decidiéramos hacernos guardias". Oliver, que ha dedicado 30 años de su vida al instituto armado, está actualmente jubilado. Sin embargo, el ejemplo de su trabajo ha cundido entre los suyos: Antonio Francisco Oliver Fernández, tiene 29 años y ya ha pasado por Teruel, Pamplona y Macael (Almería). "Nunca pensé en dedicarme a otra cosa. Lo mío es por vocación. Cómo no iba a tener vocación si he pasado toda mi vida en casas cuartel". Toda su vida jugueteando entre señores vestidos de verde y tocados con tricornio, y cinco años haciendo el servicio con su padre, hasta que éste se retiró. Antonio Francisco es el único hijo varón de Francisco Oliver, pero a este afable guardia civil jubilado hasta sus hijas le han sido fieles en aquello de la vocación: sus dos hijas casadas lo están también con guardias civiles. Ahora los nietos de Francisco juguetean con el tricornio del abuelo dejando traslucir una continuidad generacional en eso de la profesión escogida. Los habitantes de Somontín son conscientes del arraigo que ha alcanzado en su pueblo la presencia de guardias civiles y cuidan con esmero la tradición. Ya se encuentran casi ultimados los detalles de la ermita que han construido para albergar la imagen de la nueva Virgen del Pilar que adquirieron en Zaragoza. Y casi todo el pueblo es miembro de la Hermandad de la Virgen del Pilar. Somontín, enclavado en la sierra, se ha convertido en cuna de guardias civiles. Primero fue, para muchos, la necesidad de encontrar un trabajo con el que poder buscarse las habichuelas. Ahora, es la vocación que los hijos y los nietos han mamado de sus progenitores.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_