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Un ángel

La felicidad consiste en encontrar un ángel. Los ángeles habitan en las ciudades, en los extrarradios y en el campo, porque en todas partes hay cielo. Y la máxima aspiración consiste en ese tránsito: una vez encontrado tu ángel, el camino es el cielo. En Madrid hay un cielo propicio y luminoso por el que de la mano, de las alas de un ángel, se puede transitar de otro modo. Y entonces cada paso adquiere la feliz levedad de una sonrisa.En el Palacio de Cristal del parque del Retiro se ha instalado una exposición titulada El palacio de los proyectos, de los artistas rusos Ilya y Emilia Kabakov, una serie de 65 propuestas utópicas para perfeccionar a las personas, para mejorar el mundo y para estimular la creatividad. Uno de estos proyectos consiste en un artilugio para encontrar a un ángel: una escalera suficientemente ligera y firme que, ubicada en un lugar abierto y adecuado y a una cierta altura sobre el nivel del mar, facilita la posibilidad de entrar en contacto con un ángel. La de los Kabakov es una buena y bonita solución para quien tenga dificultades de acceso o de comunicación con estos seres mejores. Pero yo aseguro que también puedes alcanzar a tu ángel subiendo los peldaños de una mirada. Porque a veces los ángeles bajan a tomar algo a una terraza madrileña. Suele suceder en primavera y casi siempre los sábados por la mañana. Los ángeles suelen ser muy altos, debido a su elevada naturaleza, y muy delgados, porque casi todo en ellos es alma, espíritu exquisito. Ahora es invierno, pero los ángeles no tienen frío porque siempre están enamorados.

El parque del Retiro es un gran bosque, un gran jardín para la infancia: también sabemos todos que los ángeles son los mejores amigos de los niños. Ilya Kabakov se ganaba la vida en la URSS como ilustrador infantil, que es una de las formas más dulces de sobrevivir. Probablemente, de ese contacto cotidiano con la imaginación más inocente provenga parte de su sentido esperanzador de la vida, porque los niños y los ángeles son esencialmente optimistas y participan de una misma naturaleza: aquella que sabe que en algunas espaldas crecen alas y que los pies en el suelo no son más que la posibilidad de tomar impulso para el vuelo. Dice Kabakov: "Encontrarse con un ángel (...) es siempre un incidente extremo, se produce en momentos de crisis y en puntos decisivos de la vida de una persona y es ella misma (...) quien convoca al ángel". La infancia es una crisis positiva, es un punto decisivo en la vida porque entraña el riesgo nefasto de ser perdida para siempre. Aquellos que conserven la calidad de esa mirada seguirán el recorrido en espiral de esta exposición con la seguridad de quien reconoce los lugares ideales: una escalera en la que te topas con un caballo, el armario dentro del que puedes pasar la tarde, el vehículo de movimiento universal que puede transportarte por techos y paredes. Pero lo importante de verdad es encontrar a tu ángel, ya sea a través del proyecto utópico de los Kabakov o a través de unos ojos. Los ángeles nunca te abandonan. Si de pronto no ves a tu ángel, lo más probable es que esté pasando la tarde a solas en un armario, con lo único, según los Kabakov, que es necesario a veces: un libro (seguramente se trate de El libro de horas de Rilke), un pequeño flexo y una radio (por la que, seguramente, el ángel esté escuchando una canción de Lou Reed en la única emisora angélica que existe: Radio Vértigo). Porque los ángeles, como los niños y como los gatos, necesitan meterse de vez en cuando en un armario, pero jamás te abandonan. Como tampoco, una vez alcanzado el ángel, puede uno jamás abandonarlo. Tu ángel te necesita, porque sólo se es ángel si alguien puede ver tus alas invisibles. La dolencia más común entre los ángeles es la del vértigo, porque lo bello es también el principio de lo terrible. En esas ocasiones en que la altura de su alma sufre un sobresalto, son necesarios dos brazos muy humanos que sean como una nube mullida y confortable, dos ojos admirados y resueltos que sostengan la caída. Y, si resulta imprescindible, puede uno seguir el procedimiento Kabakov: sujetar a la espalda dos alas de tul blanco mediante unas tiras de cuero, sentarse, permanecer en silencio. Y pensar en tu amor.

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