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CRÍTICAROCK

Eterna juventud

Bauhaus Peter Murphy (voz), Daniel Ash (guitarra), David Jay (bajo) y Kevin Haskins (batería). Arena Auditorium. Valencia. 12 de noviembre.Si segundas partes rara vez son buenas, hablar de resurrección artística aún provoca mayores recelos y pavores hasta en los fans más devotos: los británicos Bauhaus se disolvieron hace justo quince años y, ahora, cuando este mismo mes concluya su actual gira mundial (Resurrection tour), para la que se han reunido los cuatro miembros originales de la banda, los músicos firmarán de nuevo el acta de defunción de Bauhaus y regresarán definitivamente a sus propios sepulcros (sin ir más lejos, Love and Rockets, el grupo que comparten Ash, Jay y Haskins desde el 85, estrenan disco en estas fechas). Convertidos en una auténtica leyenda del rock, el regreso de Bauhaus ha ido acompañado también de una lógica curiosidad (nunca antes habían actuado juntos en España) y un inevitable componente nostálgico (la sala, repleta, acogió a muchos fieles de la primera época ya entrados en la treintena) que, sin embargo, gracias a las buenas artes del grupo, no acabó convirtiendo la velada, como algunos temían a priori, en una insustancial, deprimente y caricaturesca reunión de viejas glorias al uso (precedentes hay de sobra: Sex Pistols, por ejemplo). Como si su temporal retorno al mundo de los vivos hubiera sido orquestado, bajo la promesa de la eterna juventud, por el mismísimo diablo, los Bauhaus de 1998 parecían cuatro jovenzuelos dispuestos a comerse el mundo con una impresionante colección de canciones que, pese a quien pese, se han revelado inmortales (desde el apoteósico glam de Kick in the eye a la sombría tristeza de All we ever wanted -dedicada a los padres de Daniel Ash, presentes en el concierto, u otras joyas del rock oscuro y tremendista como She"s in parties, The passion of lovers o un Double dare con el que abrieron de modo impactante -Murphy ausente, pero, a la vez, presente a través de un monitor de televisión situado en el centro del escenario- el espectáculo) y una dinámica y visual puesta en escena (los músicos sacaron sus mejores galas del armario de la ropa vieja y no evitaron el ingrediente teatral que siempre ha caracterizado al rock gótico; aunque ahora renieguen de dicha etiqueta) que, una vez más, dejó en evidencia a multitud de formaciones actuales mucho más jóvenes. El plato fuerte, no obstante, se reservó, con excelente criterio, para el tramo final: tres monumentales bises (con los que llegaron a los 90 minutos de espectáculo) en los que se rindió tributo a tres de los artistas que más influyeron en la música de Bauhaus (Marc Bolan -Telegram Sam-, David Bowie -Ziggy Stardust- e Iggy Pop -The passenger-) y que se cerraron con una dilatada, asfixiante y sublime lectura de su clásico Bela Lugosi"s dead. Tras esto, nada -absolutamente nada más- podía exigirse a una banda que, por si alguien lo dudaba, se ha ganado un merecidísimo hueco entre los nombres más imprescindibles de los ochenta. ¡Qué grandes son, todavía, Bauhaus!

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