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El camino de la playa

Al principio fue una jaula de pájaros. Luego Antonio se fue aficionando a las bicicletas de colores, a la chatarra de los desguaces, a los relojes de los niños de la ciudad. Antonio sabía -se lo habían contado sus hermanos mayores en las noches de diabluras- que, hasta los 12 años, el robo es el juego más divertido para los niños sin juguetes. Y que, a partir de esa edad, jugar al escóndite con la policía puede desembocar en un viaje a la playa. "Mi hermano Antonio sabía", dice J. recién regresado del correccional de Almería, "que hasta el año que viene no podría ver el mar".El juez Pio Aguirre es el que los manda camino de la playa, con la esperanza -tantas veces rota- de remendarles el destino. Desde que empezó el año, ha dictado más de 160 sentencias: "No se puede meter a un chaval en la cárcel, ni separarlo durante meses de la familia por robar una bicicleta; intentamos inculcarles el valor del trabajo, obligarlos a ir a clase, pero fracasamos tanto...".

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"Mi Antonio era muy duro de morir"

El juez había intentado que Antonio Carrillo caminara -a sus 11 años- por la otra acera de la vida, y se lo mandó a la policía para que lo enseñara a lavar coches patrulla. La noticia del crimen fue también la de su fracaso.

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