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CRÍTICATELEVISIÓN

Como niños

El rei de la casa.El espe rado regreso de Joan Monleón a la pequeña pantalla valenciana ha tenido que producirse un tanto a modo de clausura de la celebración de fecha tan señalada como el 9 de octubre. Qué le vamos a hacer, si tal es el gusto de los responsables de Canal 9. El programa no contribuiría ciertamente al crecimiento de la buena fama de nadie. En realidad, es un misterio entender quá hace un espacio como éste en la noche de los viernes, si es que se mantiene ahí por algún tiempo. El asunto va de concurso en el que participan tres parejas, y la gracia se delega en el hecho de que el presentador los trata como a niños. En eso y en la presencia, de apariencia improvisada, de Norma Duval, con la que Monleón se marca algunos cantes y bailes dignos de ser vistos para ser creídos. Otra gracia del programa, ya que la cosa quiere adoptar un cierto aire infantil, más bien de burla infantil, es que se conecta vía vídeo con los familiares de los concursantes para que cuenten un repertorio de gracias escogidas de cuando sus parientes eran niños. Si eso resulta más ridículo que enternecedor o simplemente entretenido se debe a la terrible imaginación de los guionistas televisivos que nos maltratan sin respiro en casi cada hora del día. Pero el programa resulta grotesco también por otras cosas. No es la menor de ellas la construcción de un decorado gigante, con sus proporciones deliberadamente disparatadas, que obligan a Monleón a hacer de correcaminos cuando resulta obvio que el artista no está ya para esos trotes, por más que se esfuerce con denuedo para ganarse el jornal. El rey de la casa a que alude el título de la emisión es, naturalmente, el propio Monleón, acaso tan seguro del título otorgado que apenas realiza otro esfuerzo para ganárselo que el meramente físico. Pruebas de colegial Como es natural, a los concursantes se los somete a varias pruebas más o menos colegiales a fin de ganar puntos y algún que otro premio, mientras que el incansable Monleón, que es que no para, somete a los espectadores a la prueba de fuego de soportar su logomaquia, sus constantes alusiones sexuales de viejo verde, su asombroso juego de cejas cuando hace como que escucha. Todo ello en medio de ese tipo de bromas de guionista que se cree heredero del surrealismo cuando flirtea con los peores residuos de la eterna mala sombra. ¿Pero qué les hemos hecho para que nos hagan estas cosas?

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