El aniversario más feliz de Mandela
El presidente surafricano cumple hoy 80 años coincidiendo con momentos de gran felicidad personal y política
Cuando Nelson Mandela abandonó la prisión, a los 71 años, los médicos compararon su forma física con la de un hombre robusto de 50. Hoy, en su 80º cumpleaños, disfruta de un nivel de bienestar que cualquiera, sea cual sea su edad, envidiaría.No sólo ha conseguido hacer realidad la aspiración de su vida de llevar la democracia a Suráfrica; no sólo es reconocido mundialmente como la mayor figura política viva, como un monumento inmortal a la nobleza humana; también es adorado por sus compatriotas, negros y blancos. Como si esto no fuera suficiente, está locamente enamorado de una mujer 28 años más joven que él. Cualquier indicio de que ha ido a menos físicamente, de que su chispa vital se ha apagado, se desvanece a la vista de Graca Machel contemplándole con la mirada arrobada de una adolescente.
Después del tormento de su matrimonio con Winnie, tras la agónica decepción cuando ya no podía negar más la evidencia de su traición sexual y sus crímenes, merecía su final feliz hollywoodiense. Pero su hazaña histórica será medida aparte, en el inmenso papel que desempeñó para llevar la paz a una nación que parecía -cuando en 1990 emergió tras 27 años de cárcel- hundirse en la guerra racial más sangrienta que el mundo jamás haya visto.
El torrente de mensajes de feliz cumpleaños que ha recibido de surafricanos de todas las razas -por medio de anuncios en la prensa e incesantes llamadas a las emisoras de radio locales- ofrece un vibrante testimonio de la mezcla de carisma, coraje y habilidad política que invirtió para asegurar un nivel de estabilidad nunca visto desde que los primeros blancos se asentasen en aquel país en 1652.
La consumación de su sueño llegó con las elecciones de 1994, las primeras en las que negros y blancos votaron como iguales. Pero la apoteosis vino un año después, cuando Suráfrica ganó la Copa del Mundo de rugby en el estadio de Ellis Park de Johanesburgo. Para comprender el sentido épico de la ocasión, uno debe saber, primero, que la mayoría negra de Suráfrica consideró siempre el rugby como el deporte de los opresores. El rugby, primera pasión de los afrikáner, era tan sinónimo del apartheid que cuando otras selecciones jugaban contra Suráfrica, en la pequeña sección del estadio reservada a los negros siempre animaban a los visitantes.
Sin embargo, Mandela decretó que toda la nación tenía que apoyar a los Springbok, que debía aprender a amar su uniforme verde, símbolo histórico de la brutal dominación blanca. Antes de la final contra Nueva Zelanda, un equipo tan talentoso que ningún analista apostaba por una victoria de Suráfrica, el presidente dio la mano a los jugadores de ambos equipos. Vestía la camiseta verde de los Springbok, un gesto que en cualquier otro político hubiera pasado por populismo barato para recolectar votos.
Mandela, eligiendo vestir la camiseta, hacía el mismo cálculo repetido mil veces desde su salida de prisión. Esta vez alargaba su mano hacia aquellos que no querían la paz, aquellos que temían el cambio, persuadiéndoles de que la democracia era lo mejor para todos. Cuando las 80.000 personas que llenaban el estadio, de las cuales el 99% eran blancas, vieron a Mandela, explotaron, delirantes, cantando su nombre - "¡Mandela!, ¡Mandela!"- una y otra vez. Después de que Suráfrica, asombrosamente, ganase el partido, los jugadores (todos blancos menos uno) dijeron que lo habían hecho por Mandela.
El éxtasis llegó cuando Mandela, vistiendo su camiseta verde, entregó la copa al capitán de los Springbok, François Pienaar, alto, rubio, hijo del apartheid. Mientras los dos hombres se daban la mano, Mandela le dijo: "Gracias por lo que habéis hecho por nuestro país". A lo que Pienaar respondió: "Señor presidente, no es nada comparado con lo que usted ha hecho por nuestro país".
Fue con ese mismo espíritu con el que en la noche de la final de la Copa del Mundo de rugby en Soweto y en el resto de ciudades negras, en los opulentos suburbios blancos, en las granjas de afrikáner -en el país entero- se bailó y se celebró. Este fin de semana, en agradecida conmemoración del día en que nació Mandela, las mismas escenas se repetirán una vez más.
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