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Reportaje:

La fiesta sigue... sin mujeres

La tradición en el Alarde, que sólo permite desfilar a los varones, se impone de nuevo en esta fiesta vasca

Maribel Marín Yarza

La tradición se mantuvo ayer incólume en Hondarribia (Guipúzcoa), después de que la compañía mixta Jaizkibel renunciara a participar en el Alarde y se cerrara así, por un día, el capítulo de debate abierto por su reivindicación de participar en la fiesta como escopeteras. Jaizkibel cedió y se fue por la puerta grande. Mientras, alrededor de 3.000 hombres, formados en 21 compañías, y 20 mujeres como cantineras, salieron a la calle para rendir homenaje a los antepasados que les liberaron del asedio francés en 1638. El pueblo de Hondarribia cumplió ayer así los deseos de su alcalde, el peneuvista Borja Jáuregui, de vivir su día grande en paz; sí hubo momentos de tensión, pero no se registraron incidentes, a diferencia del año pasado.No hubo sorpresas. Las integrantes de Jaizkibel ya habían anunciado la semana pasada su intención de volver a sus casas si el burgomaestre no reconocía a su compañía. Fue un gesto que entonces sirvió para apaciguar los ánimos de los ciudadanos, divididos literalmente en dos bloques por la integración de la mujer en el Alarde; una participación que, hasta hoy, se ha visto limitada a su papel de cantinera. Con esta renuncia quisieron además mostrar que están dispuestas a negociar y a ceder en una batalla en la que son minoría.

Ayer Jaizkibel se ratificó en sus intenciones. Sus integrantes se congregaron a las 7.30 en el frontón Soroeta de la localidad, recogieron a su cantinera y se encaminaron hacia el paseo Árbol de Gernika para concentrarse con el resto de las compañías y solicitar permiso para desfilar. Pero a unos 200 metros del lugar un grupo de mujeres defensoras del Alarde tradicional -con la participación exclusiva de la mujer como cantinera- formaron una barrera humana y les impidieron el paso. Éste fue el único punto de fricción de la fiesta; hubo insultos y pequeños empujones, pero no se llegó al enfrentamiento físico que el año pasado acabó con denuncias en los tribunales.

Fue el momento de los pequeños gestos; un representante de la Junta de Mandos -en nombre del burgomaestre- se hizo sitio entre la marabunta de gente que impedía el acceso de los integrantes de Jaizkibel, para acercarse a las mujeres. Allí intercambió cartas con la capitana de Jaizkibel, Isabel Alcain; una en la que la compañía mixta solicitaba que se le permitiera incorporarse al desfile, y otra en la que se denegaba precisamente esta petición. Y después, una imagen gráfica: un apretón de manos y deseos mutuos para una fiesta en paz. Fue poco, pero suficiente para arrojar la primera esperanza de solución a la polémica sobre la participación de la mujer en el Alarde. Jaizkibel dio marcha atrás y desapareció del escenario del desfile.

Eran entonces las 9.00, momento en que las otras 21 compañías hondarribitarras iniciaban la fiesta, desfilando con sus escopetas, pífanos y tambores hasta la plaza de Armas. En su camino fueron secundados, como cada año,por la gran mayoría de la población y cumplieron con todo el ritual: celebraron la ceremonia por la que la bandera de la ciudad se incorpora al desfile y efectuaron las tradicionales descargas.

La actitud de las mujeres de Jaizkibel no tuvo nada que ver con la del año pasado. En 1996 intentaron sumarse por la fuerza a las compañías de sus barrios, pese a la oposición de un pueblo que apela a la tradición para negar a la mujer la posibilidad de integrarse en el Alarde. Tampoco se mostró dispuesta a permitir que se registraran los incidentes que hubo el 30 de junio de este año en la localidad vecina de Irún, donde el pueblo tuvo que aceptar a la compañía mixta, en cumplimiento de un auto dictado por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Entonces, la ciudadanía se negó a acatar la resolución judicial y se dividió en dos en un episodio de desobediencia civil sin precedentes. Se celebraron dos Alardes: uno, el de las mujeres que recorrió el trayecto tradicional, y otro, el que realizaron el resto de las compañías por un recorrido alternativo.

En Hondarribia, como en Irún, las mujeres recibieron el apoyo de las instituciones. Txaro Arteaga, la directora de Emalcunde -Instituto vasco de la Mujer-, se adhirió con su presencia a la causa de las hondarribitarras que quieren transformar, manteniendo la tradición el Alarde de la localidad.

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