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Tribuna
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Un hombre de la historia

Mobutu acaba de morir: demasiado tarde para la historia de África. Incluso un poco tarde: aún produjo los últimos genocidios, las últimas matanzas en su país y en los vecinos, resistiéndose a marcharse, aunque ya le habían desahuciado, al mismo tiempo que los médicos -cáncer de próstata-, su valedor de siempre, Estados Unidos, que iba a poner en su lugar -lo ha puesto- a Laurent Kabila: un demócrata salido de las misiones. Lo que pasó entonces en Africa fue que un grupo de descolonizadores pensó en el panafricanismo: o sea, en borrar no sólo las fronteras trazadas por geopolíticos de los imperios, sino las antiguas. Se llama utopía a aquello que otros impiden que suceda. La utopía la encabezaba Lumumba: cualquier viejecillo lúcido de los que quedan recordarán que Lumumba fue un miembro de la trilogía de retratos que ponían los estudiantes en los cuartos de los que luego se escaparían hacia Katmandú en busca de droga y paz oriental (mas utopías), con Ho Chi Minh y el comandante Guevara. (Nasser no llegó a eso: proponía el panarabismo. Vamos, vamos. Eso sí, su retrato y las casetes con su voz estaban en miles de casas árabes; y por las noches se oía en la radio su discurso desde El Cairo).Muerto y bien muerto, en el exilio donde le acogió Hassan II (claro), con una fortuna de 3.000 a 4.000 millones de dólares. Su país se ha vuelto a llamar Congo y en sus necrologías ya ponemos sólo Mobutu, en lugar de Sese Seko Kuku Ngbeandu Wa Za Banga, como prefería. Es, por primera vez, una democracia. Qué lástima, también con retraso: una de estas democracias de ahora, con unos militares vencedores administrándolas, con un tiempo de fuerza para organizar las elecciones, con unos reglamentos inflexibles. O sea, nada.

(Tampoco creo que si Mobutu hubiese sido muerto en aquel entonces, en lugar de Lumumba, las cosas serían hoy distintas. No estoy seguro de que el propio Lumumba se hubiera convertido o de que le hubiera matado otro enviado de Occidente. Algún mercenario alemán: digo alemán porque por allí trabajaron con fuerza y energía los sobrantes del Ejército nazi, mucho mejor pagados que por Hitler, y también con la idea de que estaban combatiendo el comunismo. Hay cosas que, cuanto más cambian, más iguales son. (Alfonso Karr; no hay que confundir con "es preciso que todo cambie para que todo sigua igual", de Lampedusa. Y de muchos más).

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