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Reportaje:

A tiros con los toros

La Guardia Civil da muerte en tres días a cuatro reses que huyeron durante los encierros de Cuéllar

En los encierros de Cuéllar (Segovia), considerados como los más antiguos de España, hay toros que no consiguen entrar en la plaza, ni tan siquiera en el recorrido urbano por las calles de esta localidad de 9.118 habitantes, cuya población casi se triplica estos días con motivo de las fiestas en honor de la Virgen del Rosario. Las reses que se apartan de la manada y se escapan en el trayecto por el campo, que generalmente son distintas de las que se lidian por la tarde, son abatidas a tiros por miembros de la Guardia Civil. Así han muerto cuatro toros en los tres encierros que se han celebrado este año, desde el domingo pasado hasta ayer martes.Pero no es la primera vez que esto ocurre en Cuéllar, una villa en el límite de la provincia de Valladolid que trata de potenciar sus recursos turísticos con un centro de interpretación del mudéjar y representaciones medievales en el castillo. Según el alcalde, el socialista Octavio Cantalejo, las escapadas son la esencia de los propios encierros, con más de 500 años de historia, y no descarta que se sigan produciendo, por muchas medidas que se adopten.

De hecho, el edil matiza que, la letra de la popular jota A por ellos ya se refiere ala ansiedad de los vecinos por conocer si los ástados entrarán en las calles o se quedarán por el campo. "Es uno de los ingredientes del encierro", subraya Cantalejo, mientras sostiene que sería más deseable dormir con dardos especiales a los animales en vez de que caigan abatidos por los proyectiles de un Cetme del calibre 7,62. Pero este tema se le deja para el instituto armado, a quien traspasa toda responsabilidad.

La Guardia Civil, que está padeciendo restricciones en sus presupuestos, como en la gasolina de los vehículos con los que patrulla, carece de un arma especial para dormir a los toros, y ante el posible grave riesgo para la población, de acuerdo con lo que ordena la Subdelagación del Gobierno, recurre al sargento comandante del puesto de Cuéllar, Juan Gómez, ayudado por el número Juan Llorente, para que con su fina puntería, en solitario, pongan fin a la fuga de los indisciplinados astados, mientras todo el gentío se agolpa en las calles para correr o ver pasar al resto de la manada y luego echar la suerte de la probadilla en el coso taurino.

La celebración de las fiestas en Cuéllar se constata históricamente desde el siglo XII. Sin embargo, la leyenda narra que los toros bravos, que entonces pastaban entre los pinares del común de Villa y Tierra de Cuéllar, tuvieron que ser conducidos a la Villa a causa de un incendio en estos lugares. Los vecinos reconocieron la intercesión de la Virgen y decidieron celebrar el milagroso sofoco del fuego rememorándolo anualmente con encierros de toros.

Así, acorde con la tradición, seis toros y siete mansos son soltados en cada encierro desde unos corrales ubicados en las proximidades del río Cega, realizando un recorrido de más de cuatro kilómetros por pinares y tierras, hasta llegar a un descansadero, para lo que tienen que cruzar las carreteras de Riaza-Toro y la variante de la CL-601, entre Segovia y Valladolid.

Se les suelta nuevamente, a las 9.15, para que hagan su entrada en las calles 15 minutos después, en un trazado urbano de unos 900 metros. Las ordenanzas municipales establecen que sólo podrán conducir los toros por el campo -un máximo de 25 caballístas y, cinco vaqueros. Vara el concejal delegado de festejos, el independiente Francisco Salamanca, las causas de que se escapen los toros son múltiples: desde que salgan huyendo de la manada porque se hayan peleado anteriormente con sus hermanos a que se asusten del bullicio de la gente al entrar en el pueblo y vuelvan hacia atrás. Todo depende de las condiciones del ganado; ocurre como en la plaza, que hasta que no sale el toro no se sabe el resultado que va a dar, a juicio de Salamanca.

Incluso se dio el caso, hace dos años, de un toro que no soportó el recorrido y a un kilómetro de la salida de los corrales cayó desplorriado por un ataque al corazón. El año pasado, otro toro fugado tuvo de cabeza al pueblo, y a la Guardia Civil durante tres días, hasta que fue descubierto en la vega del río. En esa ocasión, sus compañeros de encierro, de la ganadería de Pablo Romero, murieron en la plaza, y como eran los que se tenían que lidiar, los escapados fueron sedados y trasladados al corral en un camión.

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