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Entrevista:

"El clima de Madrid, tan seco, me mata para cantar"

Sólo tiene 25 años, pero ya sabe lo que es el vértigo. La voz rotunda y cautivadora de Enrique Ferrer ha resonado en algunos de los mejores coliseos de planeta, y eso, a veces, impresiona. Tanto, que hace cuatro meses pensó en dejarlo todo, en bajarse de ese tren enloquecido que le conduce a la primera fila de la lírica española. Por fortuna, este tenor que ensimismó al mismísimo Plácido Domingo decidió seguir adelante, y en enero le espera un mes en Washington con La verbena de la Paloma.Lleva tres años residiendo en Estados Unidos, pero ahora se ha concedido un respiro en su Getafe natal, donde la publicación Acción getafense acaba de nombrarle "Getafense del año".

Pregunta. Tras este tiempo en Nueva York o Filadelfia, ahora debe sentirse rarísimo.

Respuesta. Cierto. En Getafe me siento muy extraño, porque la ciudad se me hace pequeña. Pero aquí aprovecho para jugar al mus con mis amigos, y eso no lo hay en ningún otro sitio del mundo.

P. Su crisis de hace cuatro meses, ¿era algo así como miedo escénico?

R. Era miedo, a secas, por no saber adónde vas. Nosotros estamos siempre obligados a trabajar al cien por cien, y eso provoca cierto vértigo. La gente paga mucho dinero por ver una ópera y en este mundo no se permite ningún problema emocional.

P. Tenor de prestigio y getafense. ¿Cómo empezó en una ciudad tan poco operística?

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R. Por pura casualidad, porque jamás ha habido tradición musical en mi familia ni había sonado en casa una ópera o una zarzuela. Pero a mi madre le gustaba mi voz, me metió en la Coral de Getafe y ahí, ya bien mayor, empecé a estudiar algo de solfeo. Era algo impensable: una vez, de pequeño, me llevaron con el colegio a escuchar un concierto de ópera y me terminaron echando de la sala por armar barullo...

P. ¿Y su primer contacto con la zarzuela?

R. Fue en la calle. Volvía del colegio, con un compañero, y a éste le dio por ponerse a canturrear El canto a la espada, del maestro Guerrero. A mí me entró el entusiasmo y me puse a hacer la segunda voz. No he vuelto a toparme con este chaval, pero seguro que no imagina qué giro tan radical dio en mi vida.

P. ¿Por qué el bel canto no se populariza en España?

R. En Estados Unidos aprendí que la cultura, el arte o la música también se pueden concebir como negocio. Una Carmen en el Metropolitan la saben vender para dar la vuelta al mundo; aquí, que nos sobra materia prima, hacemos 20 representaciones y la escenografía ya se pudre. Y Plácido [Domingo] me dice siempre: si el público de cualquier país se emociona con La Traviata, ¿por qué no emocionarse con la música española?

P. ¿Cómo cuida su voz?

R. No fumo, no bebo y duermo 8 horas. Pero Madrid me mata para cantar: es muy seco, y nosotros necesitamos un alto grado de humedad.

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