Nuestra Señora del Metro
Fieles mexicanos ven a la Virgen de Guadalupe en un charco de agua formado en tina estación de metro
Algo extraño ocurre últimamente en el metro de Hidalgo, en pleno corazón de la capital mexicana. Esta populosa estación es como la de la Puerta del Sol de Madrid, siempre está a rebosar. Sólo que ahora las colas llegan hasta la calle, pese a no ser época de venta de abonos. Y los pasajeros van cargados con velas y ramos de flores.... "¡Se ha aparecido la Virgen!", explica una mujer pequeñita y de ojos vívarachos, que hace fila con unos claveles rojos en la mano. ¿En el metro? "Pues sí. Así nomás, en un charquito en el puro piso".Tiene su lógica. Si ya en 1531 la Virgen de Guadalupe se presentó con su manto azul al humilde indio Juan Diego en el monte Tepeyac, donde se construyó la basílica que hoy es el principal punto de peregrinación de América Latina, ¿por qué no habría de darse otra vueltecita cuatro siglos más tarde? Claro que un corredor del metro capitalino parece un lugar poco propicio para revelaciones divinas. "Es que ella es así de humilde", tercia la misma señora, fusión del surrealismo y de la fe guadaluparía.
Todo comenzó el pasado 31 de mayo. Carlos Guevara, que vende dulces en un pasillo de la estación, mataba el aburrimiento mirando una filtración de agua en el suelo, provocada por las abundantes lluvias que se abaten en esta época sobre Ciudad de México. Se fijó en un -charco que se estaba formando. Y de pronto vio a la Virgen. Primero apareció el rostro. Luego, el manto. No había duda. Era ella. Impresionado, Guevara corrió a avisar a los responsables de la estación y a los vigilantes, que lo llamaron "pendejo" y "güey" y lo mandaron a freír monas.
Los demás vendedores ambulantes y algunos transeúntes se acercaron a la mancha. Intentaron borrarla, pero la imagen de la Guadalupe volvió a componerse. Sí, era un milagro. La voz se corrió por todos los rincones y, de la noche a la mañana, el pasillo se convirtió en un lugar de peregrinación. Las autoridades del metro se prepararon para el zafarrancho. Colocaron vallas de protección y cuerdas para formar las colas y pidieron refuerzos policiales. Oportunas medidas, todas ellas. La afluencia de devotos y curiosos es constante. Más de 20.000 visitantes desfilan ante el improvisado altar cada día. En los escasos segundos que les dan los agentes, mojan sus dedos en el agua del charco -"está bien limpita"- y se santiguan. Unos colocan flores, otros echan unas monedas. A estas alturas, ya se ha debido juntar un pequeño capital, que a saber adónde irá a parar. En medio de las ofrendas, la figura de la Guadalupe se ve chiquita. "Pero sí que es ella", afirman muy serias las comadres.
La Iglesia se ha visto obligada a tomar cartas en el asunto. El arzobispado de México ya ha difundido un comunicado en el que asegura que "no hay elementos teológicos que permitan afirmar la presencia divina a través de estas líneas que se han formado debido a una filtración de agua". La jerarquía eclesiástica, como no podía ser menos, se regocija de "ver a gente piadosa que ante cualquier fenómeno se siente llamada por Dios". Pero anima a los fieles a cosechar "la fe auténtica", y no "el sentimentalismo estéril o la vana credulidad".
Mucho éxito no ha tenido el arzobispo. Los desfiles continúan y cada quién interpreta a su manera la nueva revelación divina. "Algo va a pasar, pero la gente no me hace caso", proclama Carlos Guevara, que vende más dulces que antes y vaticina todo tipo de desastres, "como el terremoto de 1985 o algo así". Otros no pueden evitar vincular la peculiar aparición con las elecciones legislativas y municipales del próximo 6 de julio. Se trata, sin duda, de una muestra de solidaridad de la Virgen con los sufridos capitalinos, que ese día escogerán por primera vez al regente de Ciudad de México.
Los psicólogos y antropólogos se han puesto manos a la obra. El fenómeno les interesa sobre todo por su carácter urbano. Las apariciones son frecuentes en áreas rurales. Pero es la primera vez que ocurre en una estación del metro de Ciudad de México, y encima con tan buena acogida de crítica y público. Y es que con la crisis económica, la incertidumbre política y el fin del milenio que se aproxima, nunca está de más sentir que la Guadalupe encuentra un ratito para bajar y hacer una visita.
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