_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

ETA y nosotros

Para escribir algo nuevo sobre ETA hay que renunciar al lirismo y a la rabia. El llanto por los muertos inocentes, y todos los muertos a sus manos lo son, merece, en nombre de los posibles muertos futuros, algo más útil que legítimas efusiones sentimentales, y el odio justo y el asco impecable ante los asesinos y sus acólitos no tienen por qué buscar nuevas palabras de condena, insultos originales ni ingenuas vías de escape para la rabia. En ambos terrenos ya está dicho todo. Démoslo por repetido e intentemos pensar qué se puede hacer para terminar con la pesadilla, o al menos qué no debemos hacer para empeorarla.Algunas cosas están claras, en negativo o en positivo. La experiencia de los GAL fue gravemente criminal y gravemente equivocada. Nunca están justificados actos contraterroristas que, aun siendo reactivos, sean también delictivos. En nombre del Estado no se puede cometer aquel tipo de actos (secuestros, asesinatos) que el Estado persigue. Pero avivar el recuerdo de aquellos crímenes cuando hacía años que se habían extinguido, y airear su condena y la de quienes no se sabe aún si fueron o no culpables, era una operación que comportaba riesgos que muchos no quisieron ponderar. Aunque éste no fuera, y no lo era en modo alguno, el objetivo perseguido por quienes han ejercido de justicieros, el recrudecimiento de los crímenes de ETA era un efecto previsible de una operación que no ha estado presidida por la cordura ni por la prudencia política. Llevamos meses practicando una condena masoquista contra los GAL de modo tal que si los adjetivos condenatorios del vecino no son lo bastante duros, o si van acompañados de un tímido esfuerzo de entender por qué entonces hubo GAL, el condenador insuficiente recibirá el castigo de ser considerado como cómplice comprensivo de aquellos delitos: recuérdese Io que se hizo este verano con Aranguren. Mientras hemos rivalizado en gritar acusaciones contra los GAL, nos hemos olvidado de condenar a ETA. Y cada silencio, cada desequilibrio condenatorio, ha sido un balón de oxígeno para ETA una forma de legitimación indirecta, involuntaria pero eficaz. Llevamos meses discutiendo si en el momento de la concordia final, en el que hay que creer por remoto que hoy nos parezca, habrá que ser generosos con los etarras presos y arrepentidos o será mejor exigirles siempre el cumplimiento íntegro de sus respectivas sentencias condenatorias. Mientras nos entretenemos en tan prematuro debate, la división dialéctica se traduce en tolerancia indebida y en debilidad con los delincuentes cercanos a ETA que invaden y toman la calle de las ciudades y pueblos del país vasco como escenario, en el que pueden practicar y practican una violencia impune, antecedente de crímenes como el de Intxaurrondo.

Si alguien dice que teme más a España que a ETA, y otro añade que los etarras son presos políticos, nuevas formas de legitimación indirecta y no querida benefician a los asesinos. Si midiéramos las palabras antes de entregarlas al viento, esto no pasaría. El término de preso político debe quedar restringido para aquellos que expresan sus ideas diferentes a las del poder político antidemocrático que sufren y por las que son encarcelados. A nadie le ocurre tal cosa hoy en España. Extender esa calificación a los asesinos de ETA permitiría hacerlo de inmediato a los criminales de guerra nazi o a los autores materiales de las salvajes masacres estalinianas. Cuidado con las palabras porque ellas preparan el camino de las balas y de las bombas.

Pero ahora tampoco debemos dedicarnos a gritar insultos y descalificaciones contra el PNV por su fracasado intento de negociación o de conversaciones preparatorias de cualquier acuerdo con ETA, porque si nos entregamos a tan autodestructiva tarea aumentaremos nuestras divisiones y debilitaremos el frente común contra ETA. No es éste el primer intento que ha habido para hablar con ETA con la esperanza de que los contactos que se establecieran pudieran servir para algo. Recordemos lo que ocurrió en Argel hace pocos años aún. La diabólica trampa de ETA consiste en que sólo por la represión policial no se acaba con ella, pero también en que la tentación negociadora será hoy por hoy frustrada por los más violentos que en ella anidan: aquellos que se consideran animados y beneficiados por nuestras divisiones, debates, querellas partidarias y acusaciones al vecino.

Tengamos claro quién es nuestro vecino. El PNV lo es y en terminos indispensables. Está de este lado de la raya. Dejemos la condena de sus ambigüedades recientes y de sus raíces sabinianas para otros momentos, para cuando escribamos la historia, porque ahora estamos escribiendo el presente y en esta batalla, que no monografía erudita, lo que importa es sumar. La autocrítica entre las fuerzas políticas democráticas debe hacerse a puerta cerrada, sea en Ajuria Enea o en Madrid, porque cada enfrentamiento entre líderes de partidos democráticos en las pantallas de las televisiones es otro balón de oxígeno para ETA.

Sin ánimo de culpabilizar en particular a nadie, incurriendo así en lo mismo que se trata de evitar, debemos ser conscientes de que todos los errores propios son ayudas a ETA, cuyo resultado no querido, pero previsible, se objetiva ahora en las calles de Vallecas o en un comercio de Valencia. Urge restablecer el clima de hace apenas dos años. Es necesario que se celebren pacíficas reuniones en Ajuria Enea o en Madrid, siempre que antes alguien haya mediado y puesto paz entre quienes parecen gallos de pelea en corral propio, olvidados de la existencia de la raposa, que, alevosa y sin escrúpulos, acecha sus públicas disensiones para seguir matando. Hay un brocardo latino, tan rotundo y escandaloso que no parece propio del círculo racional del Derecho romano clásico, lleno siempre de matices luminosos: "Fiat justitia et pereat mundus". No: hágase justicia para que el mundo no perezca, para que en él se pueda vivir en paz, porque la justicia que, para realizarse, arrastra al mundo a la destrucción no es justa. Y no es en los tribunales, punto final y no inicial, donde ha de resolverse el problema de ETA. Antes lo hemos de resolver nosotros, todos los demás, quienes no somos etarras, ni coreamos con alborozo las juveniles quemas de autobuses, ni queremos ser tolerantes con torpes desmanes callejeros de los alevines de asesinos; quienes pensamos que los asesinos son sólo asesinos; quienes creemos en la racionalidad de la disputa democrática y no en la violencia en cualquiera de sus formas, que, en el País Vasco, van desde la manifestación agresiva contra los pacíficos hasta la bomba ciega.

El primer paso para luchar contra ETA es que nosotros, todos los demás, reconstruyamos este bando, el del lado de acá de la raya divisoria, y no lo debilitemos ni con crímenes injustificables ni con operaciones autodestructivas, ni con palabras irresponsables, ni con negociaciones precipitadas, porque el precio de todos esos errores, muy diferentes entre sí pero convergentes en sus efectos, se lo cobra ETA en vidas humanas única moneda que conocen los terroristas.

O ETA o nosotros, espectadores atónitos de sus crímenes, parientes o amigos de alguno de sus cadáveres, y posibles víctimas futuras de la muerte que ellos administran. Esta es la verdadera división bipartita, la única dicotomía clara. A partir de esa evidencia, si no se cometen los graves errores tantas veces denunciados como repetidos, si se actúa siempre con la ley en la mano, y si se avanza en el aislamiento político y civil del entorno etarra como se había hecho años atrás, la paz será posiblé. De lo contrario, ETA seguirá matando, porque ésa es su única forma de vivir.

Francisco Tomás y Valiente es catedrático de Historia del Derecho.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_