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Tribuna
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Canibalismos

Enrarecida está la atmósfera en la primera capital de España y ya casi nada de Alemania, pasados los años dorados de la modernidad, aquella legendaria belle époque que nos duró tres o cuatro años: el tiempo de montar y desmontar la Expo y los Juegos Olímpicos. Si en mi novela Roldán, ni vivo ni muerto, fantasía de varias noches de verano, me atreví a describir una capital de España con más túneles que los abiertos por el Vietcong en Indochina, con más cloacas que las de El fantasma de la ópera y El tercer hombre juntos, con todas las braguetas cargadas de dossiers, la realidad está superando a mis ensoñaciones. Y es que, en los dos metros . cuadrados donde caben todas las viejas y nuevas oligarquías, viejos y nuevos poderes fácticos de la política y la economía, ya no queda espacio ni para respirar, como no sea gracias al boca a boca dirigido a quitarle al otro el poco aire que ya le queda en los pulmones.Estamos en la fase última de los achicamientos de espacios y asaltos a la respiración ajena, a un paso ya de superar el tabú del canibalismo, todavía conservado por el miedo que se tiene a que la carne humana contenga un tanto por ciento de colesterol por encima de las directrices de la OMS.

Pero en cuanto la OMS proponga sustituir el vaso de vino por el bocado de civet de pantorrilla de antagonista social, político, intelectual o económico, macerada en su propia sangre y ultimado el ablandamiento con una litrona de cola para evitar el vino venga de donde venga, ese día Madrid y España entera se van a convertir en un asador de churrascos inconfesables.

Que cada cual empiece a seleccionar el apetecido cadáver exquisito y que sea sincero a la hora de elegir solomillo humano. Me encantaría comerme a un ya viejo pero blandísimo ex joven monárquico al chilindrón. Con muchas cebollitas.

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