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París

Siempre nos quedará París. Si vuelven a asfixiarnos la cutrez, la chapuza y la vocinglería; si los chulos, los demagogos y los torquemadas logran culminar su enésima reconquista de la patria; si reventamos de nostalgia de la armonía, el gozo y la libertad perdidos, París seguirá estando allí, unos cientos de kilómetros al norte de los Pirineos. Y, si no nos detienen en la huida, volveremos a pasear bajo la llovizna por los muelles del Sena.Porque París es nuestra. Tuya y mía y de todos los enamorados, todos los artistas y todos los combatientes de la libertad.

Hace ahora medio siglo, tanques que llevaban nombres como Guadalajara, Brunete, Madrid o Guernica entraban en París a la vanguardia de la coalición mundial de fuerzas democráticas que liberaba la ciudad de cuatro años de dominio nazi. Y gentes que se apellidaban Ibáñez, Pujol o Gutiérrez hacían prisioneros a los oficiales de Hitler. Pagaban así parte de la deuda que la España de las Luces tenía con París.

Ultrajada, quebrada y martirizada, pero, finalmente, liberada, París fue en agosto de 1944 el escenario de la más hermosa victoria de las democracias frente a los fascismos. Una victoria que no fue completa. Aquellos hombres que se apellidaban Ibáñez, Pujol o Gutiérrez jamás vieron realizado el sueño de entrar en Madrid y Barcelona con los mismos tanques de la liberación de París. Pero mientras una España. gobernada por chulos, demagogos y torquemadas siguió sumida en la cutrez, la chapuza y la vocinglería, al norte de los Pirineos siguió brillando una luz de armonía, gozo y libertad. Y, ahora, aunque aquel general cruel y bajito que bromeaba con Hitler y Mussolini lleva ya casi cuatro lustros enterrado, sigue siendo reconfortante saber que, en el peor de los casos, siempre nos quedará París.

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