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Entrevista:

"Madrid sólo es mi barrio"

El mundo tiene 190 países y Manu Leguineche -Gernika, 1941- ha conocido más de un centenar. Se define a sí mismo como un hombre tranquilo, de talante pacifista, amante de placeres solitarios como el monte y la lectura. Sin embargo, su trabajo consiste en ponerse muy cerca de los frentes de batalla y contar a los demás con la mayor premura qué sucede en la línea de fuego. A Leguineche le crispa el prototipo americano de reportero de guerra -"mitad James Bond, mitad Tarzán; un poco Indiana Jones y un toque Hemingway"-, cuando él, las únicas armas que maneja son las cartas, y la única contienda en que se implica, una partida de mus. En sus primeros viajes, los más importantes, fue camarero en Londres, niñero en París y enfermero en Alemania, y a principios de los años sesenta pasó dos años recorriendo el mundo de punta a punta, para vencer. la timidez. Así empezó todo. En su último libro, Apocalipsis Mao, Leguineche recorre nuevamente las calles de China, para celebrar los cien años del nacimiento del último emperador. Tópicos aparte, al hablar de Leguineche es fácil preguntarse: ¿en qué guerra andará ahora Mambrú? Pues en Argelia, nada menos.Pregunta. ¿Cumple los requisitos de todo intrépido reportero, fumar mucho, gastritis, caos doméstico y sentimental?

Respuesta. La gente me recuerda algo que escribí en uno de mis libros. Yo hablaba de las tres des: dipsómano, divorciado y depresivo. Las dos segundas, para nada, y la primera, sólo de vez en cuando.

P. ¿Inconsciente quizás?

R. Con el tiempo desarrollas un sexto sentido, lo que no te garantiza que vayas a estar a salvo. Pero es un fenómeno bastante extraño, intuyes que algo está a punto de ocurrir, siempre en los momentos más tranquilos. La guerra a veces se ve muy de cerca y otras no, pero, no sé por qué, aunque tú te empeñes en hacer un trabajo de análisis, la gente siempre te pregunta por el miedo.

P. Usted se marcha mañana mismo a Argelia, y allí están matando a extranjeros con una frecuencia peligrosa.

R. El periodista no es un actor, ni un soldado. Debe ser siempre un intermediario. Conozco bien Argelia, aunque no he vuelto por allí desde el estallido de 1988. Es un país que ha sufrido mucho, y ahora en sólo una semana quiero dedicarme a visitar a algunos intelectuales. En mi caso, por encima de la seguridad domina la curiosidad.

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P. De usted se sabe que le gusta escapar de vez en cuando al campo, como si parara mucho tiempo en Madrid.

R. Si hablo de refugiarme en medio del monte es porque a veces necesito escapar de cosas que poco tienen que ver conmigo o con mi profesión; me refiero a todo lo que sean relaciones públicas o vida social. Tengo un montón de proyectos por ahí parados, y una primera vocación, la lectura, que en Madrid no puedo desarrollar.

P. De su último libro, Apocalipsis Mao, se ha destacado mucho la imagen de un Mao Zedong convertido en un auténtico semental.

R. Supongo que tiene mucho morbo saber que Mao, considerado siempre un feminista militante, era capaz de disfrutar de las mujeres jóvenes hasta la antropofagia. Para colmo, era sibarita y glotón. Hay al menos 240 chinos que aseguran ser hijos suyos. Como Julio Iglesias o El Cordobés, elevado al cubo.

P. Asegura que la gente no es feliz trabajando. Ése no es su caso.

R. Por fortuna. Si he rechazado algunas ofertas, por ejemplo la dirección de informativos de TVE, pero sigo dirigiendo una agencia de prensa, es porque así puedo seguir viajando y porque no me gusta dar órdenes, ni controlar engranajes demasiado grandes. Sin embargo, no he podido estar en México. Otra vez será.

P. Sus lugares favoritos de Madrid estarán relacionados con el mus y con el buen comer.

R. Mi vida en la ciudad está ceñida por una especie de cinturón de seguridad que yo mismo he trazado, desde el final de la calle de Vallehermoso hasta poco más allá. Allí tengo a mano al fontanero, al electricista, los lugares casi siempre pequeños donde se come bien, y desde luego los compañeros de mus, que son amigos. Últimamente, todo el mundo habla de Madrid con mucha nostalgia, pero ya lo dijo Simone Signoret: "La nostalgia ya no es lo que era".

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