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JUICIO EN BADAJOZ

Emilio: "Ese día salimos a cazar tórtolas"

Los zapatos negros, nuevos, que brillaban, y los calcetines blancos, impolutos, casi fosforescentes, eran la única nota de inocencia de los acusados. El resto estaba atravesado por un hilo invisible de maldad, por la escalofriante seguridad que evidenciaban de hallarse en el lado de la verdad y la justicia. De su verdad y su justicia. Estos dos representantes de la España más negra y áspera no tienen miedo ni al tribunal -presidido por el apacible magistrado Ramiro Baliñas Mediavilla, un gallego nacido en Cuba y próximo a la jubilación, a quien ha llegado el regalo envenenado de este juicio- ni a la acusación, ni a la opinión pública, ni al castigo divino. Son fríos y no parecen tontos: el mayor, Emilio, se expresa mejor que el menor, Antonio; pero ésa es toda la diferencia.Llegaron a la sala exhibiendo un apacible aspecto campesino -camisa blanca abotonada hasta el cuello, sin corbata, bajo el chaleco de punto, bajo el traje antiguo de endomingarse-, pero la primera respuesta significativa del hermano mayor, Emilio Izquierdo Izquierdo, un sesentón a quien se le ha blanqueado el pelo durante los tres años y pico de prisión preventiva, fue tajante: "Yo pienso que el incendio (en el que murió su madre, Isabel, en 1984) fue provocado. Eso no lo hace cualquier persona, sino una persona especializada, porque sólo ardió la mitad de la casa, y mi madre ardió cómo una gavilla seca".

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"No están locos"

Este incendio, que los Izquierdo atribuyen a los Cabanillas, es la clave para justificarlo todo. Aunque Emilio, desde el principio, se aferró al "no recuerdo nada", en relación con el domingo del asesinato múltiple. "Provocado y bien pensado", repetía con ahínco.

Negó que los Izquierdo hubieran decidido tomar venganza, aunque, posteriormente, uno de los psiquiatras afirmó que los dos acusados juraron "ante la caja, donde estaba su madre, que iban a vengarse". Emilio, frío como un findus de espinacas, dijo que "nunca pensaron en matar" -y el público gritó: "¡Mentira!"- y a continuación negó haber facilitado todas y cada una de las declaraciones suyas que constan en sumario.

Los ojillos astutos, bajo las cejas a lo Carrero Blanco, de Emilio Izquierdo, desmentían sus palabras llenas de buena voluntad, su victimismo casi rastrero y la repetida afirmación de que no conocía a las niñas Cabanillas: "Hacía mucho que no estaba en Puerto Hurraco y, ellas eran muy jóvenes". Sin embargo, los cargos contra él y su hermano son de alevosía, premeditación y nocturnidad. Los Izquierdo esperaron en su furgoneta, aparcada en las afueras del pueblo, a que anocheciera, y cuando irrumpieron en la calle Carreras, desde el callejón, no tuvieron piedad.

"No sé, no recuerdo", fueron las respuestas más frecuentes de Emilio, quien también sufre amnesia total respecto a cuándo decidieron pasar a la acción. "Fuimos a cazar. A cazar tórtolas, eso es todo". "¿Tórtolas con cartuchos de balas y postas?", preguntó, burlón, uno de los abogados. Emilio se encogió de hombros. Los dos hombres llevaban las dos escopetas -tremendo pedazo de arma- repetidoras, dos cananas rebosantes de proyectiles y un zurrón, cada uno, pleno de municiones. Iban armados hasta los dientes: las tórtolas no merecían tanto.

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Antonio, menos brillante, con gafas -la óptica, junto con el insomnio provocado por la muerte de su madre y la amnesia de Emilio-, declaró que no había disparado nunca a personas, sino al aire y sólo un par de veces, para avisar a la gente que aquella noche tomaba el fresco en la calle Carreras.

"Sí, claro, vi a mi hermano que había disparado a dos niñas, pero yo no hice nada". Y también se amparó en su condición de honesto campesino engañado por la ley y el orden para rechazar sus declaraciones anteriores.

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