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Las grandes alternativas

El mundo vive los últimos días de una era de la civilización, una en la que todos hemos crecido. El problema radica en nuestra incapacidad actual para construir una nueva senda para una nueva forma de civilización humana.En estos grandes momentos de transición resurgen las grandes cuestiones y las grandes alternativas. Creo que el punto de partida para construir la base de la futura sociedad se encuentra en una nueva relación entre los seres humanos y la naturaleza. Existen graves desigualdades sociales y económicas, hay duras disputas por los mercados, y guerras que provocan grandes pérdidas humanas. Y sin embargo, todos estos conflictos son la consecuencia de causas más profundas cuya raíz se encuentra en el hecho de que los seres humanos han establecido una relación equivocada con la naturaleza, incluida la nuestra propia. Sólo una tercera parte de la humanidad vive en condiciones normales de alimentación, salud e higiene. El resto padece hambre y muere a una edad temprana. La riqueza de unos es la pobreza de otros. Y para mantener el nivel de vida de los privilegiados por la historia y las circunstancias hemos fomentado una clase de desarrollo que ha llevado al planeta al borde de una gran crisis ecológica.

No tenemos derecho a seguir así. Tenemos que poner fin a esta locura. Pero ¿cómo? Incluso si el Norte del planeta estuviera dispuesto a aceptar una caída de su nivel de vida, e incluso si esta caída no provocara a su vez una contracción del desarrollo que dañaría enormemente a los países más pobres, éstos seguirían teniendo el legítimo derecho a disfrutar de un nivel de vida más elevado. Los peligros que nos amenazan a todos no están a 100 o 200 años de distancia; nos amenazan con producirse dentro de dos o tres décadas, la duración de una generación. Ése es el pronóstico de los principales pensadores actuales de los institutos de investigación más avanzados. No podemos ignorarlo.

Es cierto que no tenemos una solución, pero podemos intentar encontrarla mediante un proceso de eliminación. Por ejemplo, podemos identificar los criterios básicos para una conducta que nos permita sobrevivir y desarrollarnos de una manera nueva. Creo que entre estos criterios hay varios que son básicos.

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Primero, la cooperación. Ni el aislamiento, ni la autarquía, ni cualquier tipo de proteccionismo van a salvamos. El mundo es ahora demasiado interdependiente como para permitir que sus habitantes no respeten o perjudiquen con sus acciones el bienestar de la comunidad.

Segundo, la democracia. De la coacción no puede derivarse nada bueno. Eso quiere decir que sólo puede permitirse una clase de dictadura: el imperio de la ley. Las normas deben ser decididas mediante un proceso democrático y estrictamente respetadas. Y esto tiene que ser válido tanto en los Estados como en las relaciones entre Estados.

Tercero, la ciencia. La civilización futura dependerá de nuestra capacidad para fomentar la investigación y recompensar la actividad intelectual. En la actualidad, los políticos sólo sirven, en el mejor de los casos, para apagar incendios. Y eso es, de hecho, lo que están haciendo. Pero las grandes alternativas no se derivan de la astucia de los políticos, sino de la ciencia. Así que creo que en las próximas décadas tenemos que encaminarnos hacia una sociedad gobernada por la ciencia.

Estas consideraciones constituyen el punto de partida para mi regreso a Rusia, con esperanza en el futuro. Hace poco, participé en Francia en un debate entre expertos y políticos de alto nivel que estuvo centrado precisamente en estas cuestiones. Y me asombró una sorprendente observación: Occidente ha alcanzado ya el punto de máximo desarrollo y no tiene nada nuevo que ofrecer. Las respuestas a las grandes dudas contemporáneas -según la opinión imperante entre los participantes en el debate- no podían venir más que de Rusia, un barco cuyo rumbo es incierto y está aún por determinar. Por un lado, Rusia no puede ser una réplica de Occidente; pero, por otro lado, no puede volver atrás, de modo que tiene que encontrar nuevas soluciones para los nuevos problemas.

No creo que Occidente haya agotado todo su potencial, ni pienso que la historia haya asignado a Rusia un papel especial. Lo que sí sé es que Rusia es ahora un enorme crisol de actividad intelectual creativa, y que la creatividad es capaz de encontrar la salida a la crisis. Y ésta es una de las razones por las que me muestro tan crítico con todos esos líderes rusos que extienden la mano para pedir unos cuantos millones de dólares y a cambio prometen que Rusia bailará al son del cancán europeo o del jazz: norteamericano. Es terrible ver cómo los líderes rusos han renunciado a la ciencia, la cultura y la educación. Éste es el error estratégico más grave que puede cometerse, uno que demuestra su falta de habilidad política, su falta de programas coherentes y, en resumidas cuentas, su subordinación cultural a modelos importados de otros países. Así no vamos a llegar muy lejos.

Mi intención es perseverar en el rumbo que me he trazado: fomentar la investigación en Rusia, el desarrollo de su vida intelectual y la interacción con corrientes vitales de la cultura mundial. Ése es el objetivo de la Fundación Gorbachov. Por supuesto, no hemos hecho más que empezar y nuestros recursos, incluidos los financieros, son limitados e insuficientes. Pero tenemos un fuerte potencial intelectual que puede contribuir a forjar una nueva generación de líderes políticos. La fundación es un espacio abierto para la investigación imparcial sin presupuestos ideológicos. Es lógico que de nuestra investigación se deriven conclusiones políticas y prácticas que posiblemente complacerán a unos y molestarán a otros. Y así es como debe ser, porque su fin es precisamente estimular el debate público y una dialéctica de opiniones.

Yo mismo pretendo aportar a esta investigación mi punto de vista particular, y ejercer mi derecho a reflexionar y a buscar soluciones. Las circunstancias históricas me asignaron la tarea de iniciar procesos de transformación de muy largo alcance; y hasta el final de mis días sentiré la responsabilidad moral de guiar esos procesos hacia un desenlace positivo, para reducir al inevitable mínimo la tragedia y el sufrimiento. Por esta razón, me preocupan no sólo Rusia y las repúblicas de la antigua Unión Soviética, sino también Europa y el resto del mundo.

fue el último presidente de la URSS.Copyright La Stampa, 1993.

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