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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El voto sociológico

TIENE RAZÓN José María Aznar al considerar desfasados los resultados de la macroencuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hace tres meses y ahora desvelados. Menos fundamento adquiere su observación de que se trata de unos resultados manoseados o sesgados en favor del Gobierno: no hay antecedentes que avalen tal suspicacia. Pero sí es factible que la tendencia que el sondeo refleja, y que confirma la apuntada en todos los realizados desde hace un año, se haya acentuado desde noviembre: la proyección del congreso del Partido Popular (PP), no contrarrestada por iniciativa alguna de los socialistas; nuevas noticias sobre casos de corrupción, y la confirmación de las peores expectativas respecto al paro y la crisis son factores que han podido recortar aún más la distancia entre los dos primeros partidos nacionales. 11 más allá de eso y sostener, por ejemplo, que el PP ya ha adelantado en intención de voto a los socialistas es muy arriesgado. Un vuelco comparable al de Francia, por ejemplo, no parece probable por ahora.Por el momento, lo que hay es un desgaste socialista equivalente al producido en cada uña de las anteriores elecciones legislativas a partir de las de 1982. Desde el 48% de entonces, el PSOE ha ido cayendo hasta el 36,3% pronosticado por el CIS a un ritmo de cuatro puntos cada convocatoria. Redondeando, un punto al año. Hace 11, en vísperas de aquel primer triunfo, cualquier socialista hubiera firmado a ciegas arruinarse tan lentamente. La verdadera novedad está en la reducción de la distancia entre los dos primeros: de 14 puntos en 1989 -y la misma todavía en las locales de hace dos años- a los cinco puntos del CIS. Pero la relación entre las fuerzas de ámbito nacional de centro-derecha y de centro-izquierda apenas se ha modificado. La suma del PSOE más Izquierda Unida supondría ahora el 49% de los votos, un punto más que en las dos convocatorias anteriores y tres menos que en 1982. La suma entre el PP (antes AP) y el CDS se mantendría constante, en torno al 33%.

Ello significa que hasta ahora el ascenso de los populares puede explicarse sin necesidad de considerar un trasvase considerable del PSOE al PP. Pero si se confirmara que los cinco puntos perdidos por el CDS han ido casi. íntegros al partido de Aznar -hipótesis verosímil-, la batalla decisiva será la entablada por los votos centristas del PSOE: los de ese sector que ha venido votando a Felipe González desde 1982, y sobre todo desde 1986, por considerar esa opción más moderada y segura que la imposible de Fraga o la, en 1989, demasiado aventurada de Aznar. En favor de éste cuenta ahora el posible efecto de las elecciones francesas de marzo, y en su contra, la diferencia que todavía existe entre la valoración de su liderazgo y el del candidato socialista. Ese factor puede ser decisivo,si las cosas se tienen en el actual equilibrio, en la decantación de los indecisos.

En ese sentido, el PP se enfrenta al dilema de necesitará la vez acreditarse como posible ganador y no dar la sensación de que va a ganar. Lo primero, para conquistar el corazón, de los vacilantes que suelen apostar a caballo ganador (o con reales posibilidades de serlo). Lo segundo, para no alertar al sector del electorado socialista que sólo repetiría su voto para evitar el triunfo de la derecha, esos votantes cuya opción podría expresarse en la fórmula: a favor de que gobierne Felipe González con mi voto en contra.

Pero incluso este sector displicente necesita, para seguir apoyando lo que representa el Gobierno actual, algo más que el miedo a la derecha que ayer volvió a vender Alfonso Guerra en Sevilla. Necesita, si no soluciones milagrosas, o ni siquiera ilusiones renovadas, ver al menos pruebas de preocupación y voluntad de actuación frente a desastres como el del paro y la corrupción. Pues si no lo viera, pensará que una nueva victoria socialista sólo serviría para que los que mandan piensen que seguirán mandando hagan lo que hagan (o dejen de hacer).

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