Nadie se acordó del farolillo rojo
Un corredor de Mongolia, último en el maratón, tardó cuatro horas en hacer el recorrido
Pyambuu Tuul, dorsal 1.251, corredor de Mongolia, subía por la cuesta de Montjuïc casi andando. El camino por el que ascendía no estaba apenas iluminado porque no se había previsto que algún corredor del maratón olímpico llegara de noche. La escena ya se había visto en el cine; en la realidad resultaba brutal.Tuul había tardado 10 minutos en hacer el último kilómetro. Delante de él, abriéndole paso, tres motoristas y el coche de los jueces. Detrás, veinte policías, dos ambulancias, el coche escoba, el de seguridad; un furgón policial y más motoristas. Y arriba, al final de la cuesta, dos caminos. El de la izquierda conducía al estadio, convertido ya a esas horas en un volcán de luz y sonido. El de la derecha llevaba a una pista de calentamiento, sin gradas, sin público, en absoluto silencio, donde los jueces le esperaban para certificar su llegada.
Tuul apareció en la pista y no supo qué hacer. Los jueces le dijeron que diera vueltas. Tenía que dar una y media para completar los 42,195 kilómetros. Empezó a correr por medio de la pista y los jueces le dijeron que no, que por la calle 1, que era en la que se había medido la distancia para los que llegaran tarde.
Hubo un juez que llevó su celo demasiado lejos. Tuul llevaba una camiseta del club de corredores de Mongolia afiliado al que organiza el maratón de Nueva York. El juez entendió que era publicidad y ya en la salida le obligó a taparse el anagrama del club con el dorsal. Y cuando le hicieron pararse para que no siguiera hacia el estadio, sino que se dirigiera a la pista de calentamiento, Tuul creyó que había acabado y quiso quitarse el dorsal. El juez lo interpretó como un deseo de mostrar la publicidad, que no era tal, a la prensa y amenazó con descalificarle. "¡Es un jeta!", no hacía más que repetir. Le acusaba, además, de haberse inscrito con una marca falsa, 2.09 horas, cuando ya llevaba casi cuatro. También se equivocaba. La ficha de Tuul no contenía más datos que los del nombre, apellido, fecha de nacimiento, país que representa y especialidad.
Tuul no entendía nada. Sonreía y obedecía. Ni siquiera estaba cansado. Correr un maratón en cuatro horas está al alcance de cualquiera si se entrena debidamente y luego no compite al límite de sus fuerzas. Tenía hasta su barriguita y se le veía feliz.
Cuando los jueces le pararon en el punto donde se cumplían los 42,195 kilómetros, Tuul respiró hondo. Eran las 22.31. Hacía cuatro horas que había empezado la carrera, 1.47 horas que había llegado el primero y 56 minutos que había entrado el corredor que le antecedía.
No hablaba nada. Tampoco podía por problemas de idioma. Alguien que chapurreaba su dialecto y algo de inglés le echó una mano y pudo contar que tenía 33 años, que se había roto las gafas por la mañana y tuvo que pegarlas con papel celo, y que estaba muy contento porque había mejorado su marca: tenía 4.04 horas y había hecho 4.00.
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