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... Y ME QUEDÉ EN MADRID

El apellido como destino

No podemos decir en ballet la Allard a secas para referimos a Catherine, la magnífica artista belga que se animó a seguir a Nacho Duato en su aventura mesetaria. Hay que especificar: "la de hoy, la moderna", pues el apellido Allard es en ballet un símbolo histórico desde que en el siglo XVIII la marsellesa Marie se convirtiera en la más famosa estrella de su tiempo.Lo curioso es que, sin forzarlo, las historias de estas dos mujeres tienen puntos comunes: la francesa siguió por Europa a un renovador: Noverre, y de éste estrenó el único ballet que escribió Mozart: Les petits riens; Catherine, por su parte, ha seguido a Duato a Madrid y ha sido protagonista de su mejor ballet: Arenal.

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Pero los paralelos misteriosos son mayores: la del pasado fue siempre mencionada en las crónicas por su fuerza escénica y sus papeles de carácter, y éstas son precisamente las mismas cosas que caracterizan a la actual. En ambas: ¡las piernas!

Catherine posee una fuerza inusual. Su baile es bondadoso en cuanto a que se entrega a ello con toda su entrega. Para Allard no existe aquello de "marcar los pasos". Vive lo que toca, y hace que el público lo reciba. Es el ingrediente humanístico de la danza, y quien lo tiene, además de bailar bien, es simplemente un artista verdadero.

Gran parte del éxito de lo modelado por Nacho Duato como inventor de formas en movimiento se debe a la arcilla viva y maravillosa que encontró en esta sencilla mujer de pelo castaño que recuerda, con su mirada de niña buena, a esas chicas que aparecen en los cuadros de las fiestas populares.

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