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Adiós al último de 'Casablanca'

Fallece el actor Paul Henreid una semana antes del 50º aniversario del estreno del mítico filme

Casablanca es una película extrañamente actualizable. Si la ves a los 20 años, crees que Ingrid Bergman hace mal en renunciar a Humphrey Bogart para tomar, con su héroe checoslovaco de la Resistencia, un avión que se pierde en la bruma. Vista la película de Michael Curtiz a los 40, uno comprende, en cambio, que Paul Henreid ofrecía un destino mejor y, contra lo que parece, más perdurable.Acaba de morir Henreid, a los 84 años, sin alharacas ni dramatismos, tal como fue en el cine. El último de Casablanca, con su elegancia de eterno perdedor, se ha diluido también en la niebla. Le precedieron Bogart, Bergman -la blanca, translúcida Elsa, o Ilsa, que confunde la artillería alemana que ataca París con los latidos de su corazón-, Claude Rains -el comisario truhán-, y Peter Lorre, traficante en salvoconductos y jugador de ventaja hasta que desafia a los nazis. Se fueron asimismo el gordo propietario del antro El Periquito Azul, bonachón rival de Rick, y el fiel Sam, que no la quería tocar otra vez "porque le va a romper el corazón".

En Santa Mónica, California, tomó Paul Henreid su último avión el domingo pasado. Había nacido en 1908, en un Trieste que pertenecía entonces al imperio austrohüngaro, y en 1940 se trasladó a Hollywood, previo pase por los escenarios de Londres, huyendo del nazismo contra el que habría de luchar figuradamente en Casablanca. Dentro de la convencionalidad de la pantalla, Paul Henreid arranca lágrimas, aún hoy, cuando en pleno café de Rick dirige una orquesta de guardarropía que entona La Marsellesa, ese himno cuya letra alguien ha pretendido descafeinar, para sacarlo de la memoria y convertirlo en bailable.

El cine norteamericano, creado básicamente por europeos izquierdistas que huyeron de la Europa ocupada, convirtió a Henreid en un exótico ejemplar cuya distinción le permitía servir a la Resistencia sin que una mota de polvo le maculara el traje. También supo rondar a Bette Davis en La extraña pasajera, un improbable melodrama -su argumento valdría para cualquier culebrón- ennoblecido por el buen hacer de la época, el magnetismo de la actriz, y la presencia de ese hombre, que conseguía convencernos de que podía vivir con su mujer malvada y paralítica, tener una hija patito feo, enamorarse de la Davis y no hacerle nunca el amor, seguir viéndola toda la vida y acabar por confiarle la educación de su hija. Y todo ello mediante un simple truco cuyo origen Davis siempre se adjudicó: encender dos cigarrillos a la vez y pasarle uno a ella. Aquel cine no necesitaba poner una cama en escena para crear un clima de pasión.

El próximo día 6, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, tendrá efecto una proyección de honor de Casablanca, patrocinada por Hassan II de Marruecos, con motivo del 50 aniversario de su estreno. Asistirán los hijos de Bergman y Bogart. Y la sombra de Paul Henreid planeará, as time goes by, como cantaba Sam.

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