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Mi deuda con Euclides

Mario Vargas Llosa

Las novelas tienen la obligación de defenderse solas, claro esta, y yo confío en que la mía sobreviva a los ataques de sus impugnadores. Pero no me parece inútil discutir el fundamento de su crítica: el derecho de propiedad en lo relativo a los temas novelescos. ¿Existe este derecho? Yo pienso que no, que toda novela resulta siempre, por decisión lúcida de su autor o a consecuencia de un proceso inconsciente, de apropiaciones y hurtos múltiples, efectuados en la vida privada, pública y, desde luego, en la propia literatura. (Estoy seguro de que las vagarosas novelas de Saramago no son una excepción a esta regla).Catear las fuentes de una ficción es una pesquisa fascinante y, por lo general, inagotable, porque cuando uno comienza a desenrrollar la madeja de los modelos de una novela pronto descubre (sobre todo si se trata de una ficción ambiciosa) que sus raíces se expanden y multiplican por todos los recovecos de la vida de su autor, de la de sus próximos, de sus lecturas y de todo su tiempo. Lo compruebo ahora, una vez más, tratando de reconstruir, en la vida de Hugo, el proceso que culminó en Los miserables.

La originalidad de una novela tiene poco que ver con sus temas y mucho -todo, en verdad- con su factura, es decir, con qué palabras, con qué silencios y en qué orden está contada su historia.

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Si esta tesis puede ser controvertida en lo que concierne a los temas privados -aceptemos que Kafka patentó a Gregorio Samsa y que cualquier novelista que en nuestros días mude a un personaje en insecto "lo imita"-, no puede serio en los temas históricos, los que, obviamente, están allí, formando parte de la experiencia común, para ser aprovechados por quien quiera y -tratándose de una ficción- como quiera hacerlo.

La guerra del fin del mundo no es la primera novela, y tampoco será la última, inspirada en la rebelión de Canudos, un suceso histórico que, como tal, no puede tener propietarios ni literarios ni de otra índole. Os Sertbes tampoco fue el primer libro que se escribió sobre Antonio Conselheiro -antes de él habían aparecido buen número de folletos y opúsculos-, aunque sí el más ambicioso y el que contribuyó más a abrir los ojos de la sociedad brasileña sobre la tragedia ocurrida en los sertones, bahianos.

Luego han seguido apareciendo abundantes ensayos históricos, sociológicos y políticos sobre el tema, pues aquella rebelión, y la guerra civil consiguiente, en los albores de la República, es una herida aún abierta para el Brasil. Hablar de una "imitación" porque ambos libros se refieren a un mismo acontecimiento histórico es tan atrabiliario como decir que todos los novelistas que, luego de él, se ocuparon de la Revolución Francesa "imitaron" a Michelet, o a Gibbon todos los que osaron fantasear sobre la decadencia romana después de aparecido The declin and fall of the Roman Empire.

Os Sertôes no es una novela, sino un ensayo sociológico, y nada hubiera dolido más a Euclides que se calificara de ficción, como hacen los señores Saramago y Del Barco, a este Ebro en el que trabajó tan duramente, a lo largo de tres años -mientras reconstruía un puente en el oeste paulista-, para explicar científicamente la guerra de Canudos. Dentro del racionalismo positivista en el que se formó, él creía eso posible: autopsiar la realidad social con ayuda de la geografía, la geología, la historia, la psicología y demás ciencias a su alcance hasta extraer de ella un conocimiento definitivo sobre los comportamientos colectivos e individuales.

En verdad, su empeño al escribir Os Sertbes no sólo era científico. Era, sobre todo, moral. Antes que explicar a los demás, quería entender él mismo lo sucedido en Canudos, esa rebelión campesina que casi todos los intelectuales brasileños habían malentendido, atacándola por razones ideológicas -el progreso exigía estar con la República y en contra de losfanáticos monárquicos supuestamente manipulados por los latifundístas y por Gran Bretañay contribuyendo, más que la casta militar gobernante, a crear el clima de histeria e intolerancia que condujo al exterminio de los yagunzos.Pero, a diferencia de otros intelectuales de entonces y de ahora, Euclides, que había participado activamente en la movilización anti-Canudos, fue capaz de cambiar de manera de pensar, cuando comprobó que los hechos hacían trizas sus convicciones. Os Sertóes es su examen de conciencia y su desagravio al pueblo yagunzo, al que, como periodista, había descrito falazmente en los artículos de Nuestra Vendéee, y, sobre todo, en las 23 crónicas que envió a Sáo Paulo desde el teatro de operaciones (acompañó, como corresponsal, a la cuarta expedición militar-). Su libro no logró del todo su propósito -explicar Canudos-, y su ánimo científico resultó mermado y negado, en parte, por la excesiva influencia que tienen en su interpretación de los hechos las teorías racistas de Gustave le Bon y otros. Pero lo que Os Sertôes sí logró fue algo que Euclides nunca se propuso: mostrar qué es y qué no es América Latina. Qué hay en ella de semejante y qué de diferente a Europa. Y cómo las instituciones, ideas, mitos, creencias, prejuicios que vinieron con el Occidente se modificaron y a veces transformaron en sus opuestos, con resultados a veces cataclísmicos, en el suelo americano. Pocos libros en nuestra historia han mostrado, como Os Sertôes, esa extraña, sutil metamorfosis de lo europeo al combinarse con lo autóctono -hombre, cultura y paisaje- para producir una especificidad latinoamericana.

Nadie que haya leído de veras ambos libros, sepa leer y lea con un mínimo de buena fe, puede decir seriamente que La guerra delfin del mundo "imita" Os Sertôes. Pero es cierto que mi deuda con Euclides es grande. Le debo haber descubierto el tema de Canudos (el libro no me lo prestó el señor Ángel Crespo, sino el cineasta Ruy Guerra, en 1972) y haberlo descubierto a él, frágil, trágico personaje que me sirvió de modelo para uno de los héroes de la novela: el periodista miope. Tanto como a Euclides, mi libro debe mucho a todos los que se han ocupado del tema de Canudos (vasta bibliografía histórica, periodística y líteraria que creo haber leído, íntegra, hasta 1979) y a los sertaneros bahianos a quienes visité, con mi amigo Renato Ferraz, y cuyas leyendas, anécdotas y fantasías inagotables sobre el tema del Conselheiro me fueron de una inmensa ayuda. Quien se interese por las fuentes de mi novela puede consultar el libro del profesor de la Universidad de Yale Leopoldo M. Bernucci Historia de un malentendido (Universidad de Tejas, Austin, Tejas, 1989), quien se ha tornado el paciente trabajo de hacer esta averiguación.

Desde que leí Os Sertôes he hecho cuanto he podido por promover este libro en el mundo de lengua española, en el que aún se le conoce mal. Escribiendo sobre él (véase Contra viento y marea, II) y sobre todo tratando de que se le traduzca y edíte. Creo haber influido en la decisión de Ángel Rama de incorporarlo en la Biblioteca Ayacucho (para la que escribí una pequeña nota de presentación). Tuve menos éxito con editores españoles, a los que sugerí la edición, pues los desanimaba la extensión del libro, así como esa primera parte, algo árida y prolija: la descripción física del sertón. Si no lo han hecho todavía, ojalá cambien ahora de opinión y ponga alguno de ellos en manos de los lectores españoles una buena traducción de este libro. Así podrán decidir ellos si las acusaciones que motivan este artículo tienen algún asidero y, sobre todo -en éste creo que yo y mis detractores de La Rábida estaremos de acuerdo-, gozar como lectores de una experiencia formidable.

es novelista peruano.Este artículo fue inspirado por una conferencia literaria en La Rábida, en la que el novelista José Saramago y el crítico Pablo del Barco acusaron a La guerra del fin del mundo de ser "una mala imitación" de "la novela" (sic) Os Sertôes, de Euclídes da Cunha.

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