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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La liebre y la tortuga

LO IMPOSIBLE está ocurriendo: se tambalea el último bastión del estalinismo europeo, el reducto final de un sistema ideológico que asoló el continente durante más de 40 años. Por una misteriosa combinación de elementos, los ciudadanos de Albania se están contagiando del aire de libertad que recorre los países del llamado socialismo real. Ningún cordón sanitario funciona indefinidamente y Albania no es la excepción de la regla. La historia muestra que en el interior de un país, más pronto o más tarde, parte de su adormecida rebelión, de su desesperación y pesimismo acaban siendo catalizados por el éxito de los cambios exteriores. El desmoronamiento de la dictadura es imparable. Ocurrió en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y, en cierta medida, Rumania. Está empezando a suceder en Albania: ayer su Gobierno decretó el cese de cuatro ministros del área económica, inequívoca señal de su intento de adecuación con las reivindicaciones populares, con un devenir político que sus dirigentes han procurado, y procuran, entorpecer.La estructura del poder en Albania -como fue típico de todos los regímenes estalinistas- estuvo ligada durante décadas a un solo hombre. Enver Hoxha fue, hasta su muerte en 1985, el líder indiscutido. Le sucedió el actual primer secretario del Partido Albanés del Trabajo (comunista), Ramiz Alia, que tomó las riendas con la promesa de que nada cambiaría. Poco podía querer cambiar en un país que practicaba una política de autarquía basada exclusivamente en la xenofobia, nacida, a su vez, del miedo a la hegemonía de la gran potencia que le es vecina, Yugoslavia, un país que ha sido y es su gran amenaza. Hasta tal punto que las alianzas del Gobierno de Tirana se establecían y rompían en función de Belgrado. Ésa es la razón de las borrascosas relaciones de Albania con Moscú e, indirectamente, con China, sobre todo después de la muerte de Mao en 1976.

La llegada al poder de Ramiz Alia en 1985 produjo una mínima relajación del aislamiento y tímidos intentos de establecer algún contacto con el exterior, manteniendo, eso sí, la especial insensibilidad respecto a los derechos humanos de los albaneses y la brutal voluntad de que nada traspasara, hacia fuera o hacia dentro, el umbral de sus fronteras. Poco a poco, sin embargo, a Tirana le resultó indispensable hablar con Atenas para reabrir las fronteras; con Belgrado, para restablecer contactos económicos que ayudaran al desarrollo de la primitiva economía albanesa, y con algunos países occidentales -como la República Federal de Alemania, Francia, Italia y España-, para abrirse a un mundo más rico. Incluso, lo nunca visto, Albania acudió en 1988 a la Conferencia de Ministros de Exteriores Balcánicos y en mayo del presente año anunció que levantaría el boicoteo, unilateralmente impuesto, a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa y se integraría en ella.

Estos intentos de apaciguar a los enemigos en el exterior sin cambiar nada en el interior han abierto la brecha que acabará haciendo caer al régimen de Tirana. Es, en definitiva, una consecuencia directa del desmoronamiento de los regímenes comunistas en Europa. El hecho que probablemente más ha contribuido a las dificultades actuales del Gobierno de Tirana ha sido, paradójicamente, la intolerancia nacionalista de la vecina provincia yugoslava de Kosovo. Poblada en su 90% por albaneses, Kosovo ha sido un quebradero de cabeza para Beigrado desde 1981; y si para Tirana la intolerancia del Estado yugoslavo federal de Serbia a la hora de respetar las ansias autonómicas de Kosovo equivale a sospechosas ambiciones expansionistas yugoslavas, para la ciudadanía albanesa la lucha de sus hermanos en Yugoslavia es un ejemplo de comportamiento de un pueblo decidido a reivindicar su libertad. De ahí el creciente número de albaneses que, refugiados en las embajadas de Tirana, reclaman documentación para salir del país y buscarse la vida en otros climas más saludables. De ahí también que la violenta represión del movimiento de protesta haya potenciado la rebeldía más que el silencio. Tanto que es dudoso que Alia pueda proseguir las reformas iniciadas a ritmo de tortuga -un poco más de propiedad privada, mejores servicios públicos, eliminación de los miembros más dogmáticos del comité central del partido, realizada parcialmente- cuando su pueblo empieza a correr como una liebre.

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