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'Jeep'

Rosa Montero

Sorprendente es, sin duda alguna, que la última moda en coches, el no va más de la modernidad motorizada, consista en adquirir uno de esos vehículos tipo jeep, con tracción a las cuatro ruedas y neumáticos tan anchos como la conciencia de un traficante de influencias. Dichos jeeps, contra lo que pudiera pensar un espíritu práctico y sensato, no se utilizan para transportar ovejas churras ni para trepar escarpadas trochas montañesas, sino para cruzarse la ciudad, atascarse en los semáforos humeantes y acudir por las noches, con pavoneo de tanque fino, a los bares de copas.Hasta ayer mismo, la carrera de la pijez automotora se ceñía a una multiplicación de cilindradas y de válvulas, a un frenesí de turbos petardeantes, mientras que los conductores de los todo terreno eran, en general, tipos de catadura bronca, mandíbula azulosa y jersei manchado de barro o de cal. Pero ahora de la carlinga de los jeeps se dejan escurrir rubias finísimas y caballeros lánguidos. Ya no se llevan los coches oscuros y rápidos como malos pensamientos, sino el estilo rural y acorazado.

Tan peregrina moda debe de tener sus razones ocultas. Sin duda los compradores de estos vehículos se sienten no sólo más originales, sino también más altos y más poderosos sobre esos monstruos de hojalata. Pero me temo que el quid del asunto es una alucinación de señorío. Porque el jeep favorece la ilusión del terrateniente. Atraviesan estos chicos la ciudad en sus todo terreno fingiendo ser rentistas que hoy, por pura casualidad, se han acercado a la capital para alguna fastidiosa menudencia, pero que en seguida regresarán a sus dominios extramuros, dueños de sus horas y de sus vidas. Galopan hoy los elegantes en sus jeeps de colores eléctricos y son como una versión posmoderna del señorito jerezano a lomos de su robustajaca. ¿Cómo les diría yo? Es el tipo de coche que debe de encantar a los juanguerra.

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