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Tribuna
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Intermedio

La verdad es que los finiquitadores de la historia empiezan a ponerse un poco pesados. Se ven venir de lejos con esa sonrisa de hiena saciada saliendo de las hemerotecas. Huelen al progre a distancia, le acorralan en los ascensores o en los retretes públicos, se calzan los guantes de castigo y dicen: "Tanto marxismo y al final hemos vuelto a ganar nosotros". Llevan los bolsillos llenos de entusiasmos polacos y de ciertas crónicas rumanas como escapularios de la libre empresa. En su cartera han cambiado la fotografía de Wall Street por la del McDonald's, de Moscú, que es más símbolo de futuro que de lo eterno. Nos echan el aliento del triunfo y acaban sintiéndose los amos de los siglos. Rematan solemnemente: "Ia historia es irreversible". Y continúan jactándose de lo bien que supieron escoger cuando, entre el pragmatismo silencioso y la quimera combativa, optaron por el come y calla.Lo que sucede es que aquellos que hoy se sienten tan irreversiblemente triunfadores han sido incapaces de triunfar en sus finquitas. Sus avenidas luminosas se encienden en la pegajosa oscuridad de los arrabales. Y un hedor de injusticia sin palabras impregna las libertades de Occidente. La historia suele volver cuando se la necesita, y los mejores sueños de la humanidad siempre encuentran hombres lúcidos o desesperados para llevarlos adelante. Dejarán de llamarse comunistas, las hoces ya no se moverán de los jardineses y los martillos honrarán el bricolaje. Pero las ideas que alumbraron los derechos de la especie, la imposible síntesis de la igualdad y la libertad, de la razón y la duda, resurgirán cada vez que el poder de los hombres ponga al hombre en entredicho. Hoy las hienas creen en su triunfo sólo por ver al enemigo derrotado. Ahora, cuando el Mal del siglo desaparezca, veremos que

tampoco el Bien era tan bueno. Y que la historia estará siempre ahí para triunfar con mesura sobre triunfadores los excesivos.

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