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Tribuna
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Parecidos

En la medida en que tratamos de no parecernos a lo que nos parece que a los demás les parecemos, más parecido adquirimos finalmente con lo que les parece.El bucle es perfecto. Estamos en la mirada de los demás como agentes dobles, y es imposible sustraerse a este cepo.

Si uno desea presentarse en contra de la semejanza que le atribuyen los otros, se ve forzado a experimentar los atributos que se le imponen, como paso obligado para negarlos. Basta un momento de esta experiencia repugnante, sin embargo, para que todo el papel verdadero que después se represente parezca una forzada simulación y haga confirmarse a los demás en el primer parecido con que nos designaron. Salida fracasada.

Cabría pensar, pues, que lo indicado para favorecer la coherencia interior sería atender a la imagen que los demás han ido configurándose y esforzarse por parecerse a ese modelo. De esa manera, todo el esfuerzo avanzaría hacia la integración y la identidad saldría ganando.

Parecerá que esta forma de proceder contiene algo profundamente indigno, pero procura la recompensa de la confortabilidad. La mayoría de las personas consumen su vida sin llegar a saber lo que son, mientras que así se accede sin equivocación a un modelo contrastado.

Habrá, desde luego, individuos que repudien, por razones de gusto especialmente, la idea de acomodarse al diseño que establecen los conocidos, y la familia inclusive, sobre algo en principio tan íntimo como es la identidad. Mas para tales escrupulosos, la muchedumbre tiene preparadas también las semejanzas. En consecuencia, no hay escape que no resida en la inmersión colectiva. En la prolongación del rostro que falsifican los otros.

La opción suprema, el ser distinto, no expuesto a los parecidos, libre de infundios es sólo beneficio de lo oculto. La segunda dosis del sujeto que, en la duplicidad del agente doble, vive agazapada siempre. Una identidad perfecta. Inútil y eterna como un muerto.

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