_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ciencias

Un doctor en Santa Cruzada contra el tabaco ha dicho desde uno de sus púlpitos que si las mujeres fuman tendrán celulitis, caspa y arrugas. Con tan lamentable vicio también se exponen a tener espinillas, a quedarse calvas y a que se les caigan las uñas. Ignoro la cantidad de experiencias clínicas que han llevado a este ideólogo a tan aterradoras premoniciones, pero hay que agradecerle una cierta moderación. A juzgar por sus estudios, y aunque él no lo asegure expresamente, hay que deducir que no hay relación causa-efecto entre fumar y tener la lepra, ni sarpullidos, ni el SIDA, ni ladillas, ni estrabismo; ni está demostrado que fumar sea la causa de quedar en estado, a no ser que el humo haya cegado tus ojos y algún sinvergúenza se aproveche.Ante este tipo de profetas hay que recordar la rehabilitación de la sardina, que históricamente se ha producido antes que la de Trotski. En el pasado los médicos ideólogos del pescado azul lo condenaron por ser portador de grasas innobles y ahora resulta que las grasas de las sardinas son vehículos del colesterol bueno, del chico de los colesteroles. La rehabilitación de la sardina ratifica la presunción de Engels, convencido de que la historia de la ciencia era la de una sucesión de errores decrecientes. Algún día, no muy lejano, se descubrirá que quizá el tabaco sea causante de la celulitis, de la caspa y de las arrugas femeninas, pero que gracias a él las mujeres no tienen elefantiasis aguda, ni sarna, ni manía persecutoria, ni ese feo vicio de hurgarse las narices. Yo tengo mi estadística particular y estoy en condiciones de afirmar que dos de cada tres ex fumadores se hurgan las narices mucho más que cuando fumaban, con las asquerositas implícaciones de este vicio y los riesgos de cáncer de nariz, a todas luces insuficientemente estudiado, que se corren. También he comprobado en mi laboratorio mental que dos de cada tres médicos que han dejado de fumar dicen más tonterías que en su etapa de chimeneas vivientes y que contraen enfisemas pulmonares del mal aire que acumulan en el cuerpo, enfisemas de los que no matan. De los que nublan.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_