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Tribuna
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Aventureros

Quienes se quejan de las escasas oportunidades para la aventura que nos brinda el mundo actual pueden corregir fácilmente el tono monocorde de su existencia, la tediosa rutina de su cotidianidad, el grávido goteo de los días, encaramándose unos sobre otros como cangrejos en una cesta. Sí, pueden hacerlo. Es suficiente con ingresar en la Animosa Cofradía de Portadores de Lentillas, para verlo todo, de improviso, con ojos nuevos y, muy en especial, para empezar a encontrarle a cada momento de esta perra vida una excitación parecida a la de la carrera de cuádrigas de Ben-Hur, el incendio de Atlanta en Lo que el viento se llevó o la búsqueda del monstruo del lago Ness.Peripecias sin cuento aguardan al humano en cuyo bolso o bolsillo pectoral descansa ese cacharrín infernal donde guardamos las pieles de cebolla que cubren la pupila y esconden las dioptrías. Decenas, qué digo, cientos de fórmulas para perder la lentilla, rastrearla y encontrarla hecha polvo o simplemente no hallarla nunca más, se abren cual portentoso abanico de posibilidades ante nosotros.

MARUJA TORRES

Dirección y guión: Jim McBride. Estadounidense, 1987. Intérpretes: Dennis Quald, Ellen Barkin. Estreno en Madrid: cines Roxy, Carlos III y (en versión original subtitulada) Dúplex.

A la pérdida irremisible por deslizamiento en el desagüe se añaden otras procelosas formas de sobresalto que incluyen la caída en sopa hirviente y posterior disolución del artilugio, y hasta la conversión del lente blando en primorosa pelotilla de nariz, si el propietario es proclive a rascarse las nasales después de haberse quitado el invento por la noche. Hacer el amor con las lentillas puestas equivale a un capítulo entero del Kamasutra con el mínimo esfuerzo por parte de los contendientes. Basta con que el portador se percate de la pérdida de una de ellas y empiece a perseguirla afanosamente por todos los medios y todas las zonas a su alcance, para que lo que quizá empezó como un simple ejercicio de aquí te pillo aquí te mato, acabe convertido en una experiencia inolvidable.

Al portador/a de lentillas con tendencia a la hecatombe se le descubre por la aguerrida sonrisa y el porte desesperado, desafiante, de quien vive peligrosamente.

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