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¿Adónde va nuestra economía?

En 1971, el cierre de la ventanilla del oro por el presidente Nixon rompió el cordón umbilical entre este metal precioso y la moneda de EE UU, pero comportó una acumulación de dólares por parte de los numerosos países al convertirse esta divisa en la reserva de última instancia.. Esta acumulación de dólares en los bancos centrales y *en otras instituciones auspició el proceso de tensión en el Sistema Monetario Mundial, que, entre otras cosas, abocó en dos crisis del petróleo, y obligó a Estados Unidos, para salir de la inflación, a practicar una política monetaria muy restrictiva, lo que comportó la subida de los tipos de interés del dólar y su apreciación con respecto a las demás divisas mundiales.Este proceso favoreció a las economías europeas y asiáticas, que exportaban en un dólar sobrevalorado y que generaba beneficios comerciales, pero, al mismo tiempo, daba lugar a un drenaje financiero de estas economías, ya que los flujos de capital se dirigían a Estados Unidos, a financiar el déficit, que propiciaba altas tasas de interés.

Todo ello provocó la famosa reunión del hotel Plaza en septiembre de 1985, cuando se pretendió, por iniciativa de James Baker, bajar la tasa del dólar en los mercados mundiales para matar de un tiro tanto el pájaro del drenaje de capitales europeos como el descenso de la competitividad estadounidense originada por la sobrevaloración del dólar.

La caída del dólar espectacular e inexorable ha dejado, sin embargó, las espadas en alto, por cuanto no se ha producido un impacto significativo en las exportaciones norteamericanas ni un descenso en sus importaciones. El déficit comercial EE UU, que al final de la década de los setenta representaba el 1,5% del producto nacional bruto de este país, ha llegado a representar recientemente un 4%. Ahora el movimiento de capitales ha cambiado de sentido y se dirige a Europa, y en esto España no es una excepción.

Las economías nacionales han perdido en el sistema actual de flotación de monedas gran parte de su autonomía y padecen procesos de ' internacionalización, para los que a veces no están totalmente preparadas.

La libertad de cambios y la apertura de nuestra economía, como resultado de la incorporación al Mercado Común, acelera este proceso y condiciona en gran parte la política monetaria, ya que los efectos restrictivos sobre cualquiera de los. agregados incide sobre los tipos de interés, lo que comporta unos efectos en el flujo de capitales que muchas veces inviabiliza lo que se pretende conseguir. Esto es especialmente cierto en casos como los de España, en que la política monetaria se aplica en forma primordial sobre los instrumentos a corto plazo, como los pagarés del Tesoro, en los que se concentran las operaciones de mercado abierto, incidiendo sobre los tipos de interés a corto plazo, operando a través de los ALP.

El drenaje de liquidez en nuestro caso conlleva un alza de los tipos, que succiona flujos de capital que obligan a la autoridad monetaria a absorber en acciones sucesivas, configurándose de esta. suerte una cadena sin fin, que sólo parece haberse podido frenar de alguna manera obstaculizando de forma artificial estos movimientos de capital a través de un proceso de disuasión, cuya pieza clave parece haber sido la supresión de remuneración de las pesetas convertibles; es decir, que se ha montado un 'servicio de control de cambios a la inversa.

Esta medida de por sí, con independencia de la congruencia de tipo coyuntural actualmente, es un reflejo fiel de la debilidad innata de nuestra economía, que hace reposar todo nuestro movimiento de dinero sobre el muy corto plazo, por no haber desarrollado un mercado a plazo de la peseta, por no contar con instrumentos a largo plazo y no incentivar el ahorro y la deuda, así mismo, a largo plazo. Aparte del mercado de la peseta y de los bonos del Tesoro a largo plazo, un instrumento financiero que está pidiendo a gritos su ulterior desarrollo es el mercado de hipotecas y los fondos de pensiones.

La falta de ahorro a largo plazo y la ausencia de instrumentos, también a largo vencimiento, y, sin embargo, la fe que el mundo financiero está mostrando por España, concentra ese flujo de capitales en instrumentos de vencimientos muy cortos. Los flujos exteriores son sobre todo ahorro exterior que viene a suplir tensiones de liquidez, pero en el fondo alienta una fe subyacente en nuestra economía que no estamos sabiendo aprovechar.

Se ha generado un divorcio a escala mundial entre las economías financieras y las reales, como consecuencia de la aguda bajada del dólar, que ha fortalecido monedas como la Japonesa, la alemana y las europeas en general, y que por no ser monedas de reserva carecen de las obligaciones que tiene el dólar a escala internacional.

Este divorcio entre economía real y financiera, en el caso de la peseta, es más agudo, dada la evolución adversa de nuestro balance comercial, lo que hace necesaria un reajuste urgente, de lucha contra la inflación no sólo por el camino monetario, sino por el fiscal. Los mercados financieros en España parecen querer alumbrar una nueva dimensión para extender en el tiempo los impactos de la política económica del Gobierno y para abaratar el coste de financiación del déficit público. El déficit público es un desahorro en que la comunidad ha dejado de invertir y crear puestos de trabajo, por lo que el Estado, o mejor dicho el Gobierno, incurre en un sobregasto que no está respaldado por una renta efectiva. Este desahorro antigua mente se pagaba con la inflación, con apelación del Tesoro al Banco de España. En la actualidad se encubre bajo la forma del déficit, pero se financia en el mercado libre, lo que provoca tensiones importantes en los tipos de interés. Por todo ello es necesario reequilibrar el gasto público para evitar el círculo de altos tipos de interés atrayendo flujos de capital y política monetaria restrictiva.

Juan G. de Madariaga es vicepresidente ejecutivo de Drexel Burnham Lambert España, SA.

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