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Tribuna
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¿Qué forma tiene el mundo?

La pregunta que formula -o dispara- el título de este artículo me ha sido sugerida por el recuerdo de otro artículo, y de otro título: El mundo en forma de pera, publicado, 40 años ha, en el diario La Nación, de Santiago de Chile, por un respetado crítico literario español" Elcazar Huerta, que murió en el exilio Y, como tantos otros en su condición, ha sido injustamente olvidado. Si no recuerdo mal, la tesis del autor era la siguiente:Por lo menos a partir del descubrimiento de América y del viaje de circunnavegación de Vasco da Gama, el globo terráqueo ha ofrecido políticamente la fomia de una esfera imperfectarnente redondeada. Una buena parte del globo sigue siendo (o, mejor, pareciendo) aproximadamente esférica, pero la otra parte forma una protuberancia que representa a la gran potencia de turno. A lo que mas se parece la imagen resultante es una pera, con la parte superior cambiando de lugar -no pocas veces deslizandose de Este a Oeste- En cambio -comentaba el autor del artículo-, el mundo se está redondeando cada vez más, de modo que, abandonada la forma de la pera, se va pareciendo a un fruto un poco menos anómalo. o asimétrico -digamos, a una íanzana o a una naranja- Interesante.

Por supuesto que con lo dicho se manifestaba un deseo más bien que se describía una situación. De hecho, al final de la última guerra mundial, cuando apareció el susodicho artículo, la forma que ofirecía el plane ta no era sustancialmente distinta de muchas adoptadas en el pasado, salvo que se había radicalizado y universalizado. La rivalidad entre grandes potenclas, y las consiguientes lucha para alcanzar oportunamente un equílíbrio, de poder, se manifestaba ahora a escala planetaría. Antes había habido varias peras; ahora, se estaba formando una sola pera, vasta y omnipresente. Una pera harto insólita, porque sobre una superficie mejor o peor redondeada se encaramaban, por así decirlo, no una, sino varias protuberancias. No, pues, al modo de una pera al lado de otra, ni al modo de una encima de otra, sino como si varias peras se hubiesen acoplado y embutido en una sola pera inmensa. Una superpera, vamos. Testimonio (entre otros) de esta singular forma han sido, y siguen siendo, los tan traídos y llevados encuentros en la cumbre, sea de un número reducido de prominencias, sea de sólo dos de ellas, las !lama das, por antonomasia, superpotencias.

La respuesta a la pregunta "¿qué forma tiene (ahora) el mundo" es, así, sencilla: a lo que más se parece, desde el punto de vista del poder, es a una inmensa pera extrañadamente pluriovoide. Debe de haber en alguna parte algún fruto que encaje mejor con la imagen que sugiero, pero no se me ocurre cuál pueda ser o dónde quepa. dar con él.

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Y, sin embargo, la experiencla desmiente repetidamente tal imagen. De ser ésta completamente adecuada, habría que suponer que prácticamente todo lo que ocurre en el mundo está organizado de modo que se inicie y, a la postre, termine en el seno de una o varias de las aludidas protuberancias o potencias.

Pero no ocurre así -como, en esta misma sección, traté de inostrar bajo el título del artículo Superpotencias-. Por otro lado, la experiencia no favorece tampoco la imagen de una manzana o de una naranja políticas, con una pluralidad de Estados, todos igual y orgullosamente soberanos.

¿Qué imagen es la más adecuada?

Apelemos a los servicios del siempre acomodaticio habitante de Sirlo y hagámosle dar de incógnito una vuelta por nuestro planeta. Lo primero que advertirá, ya antes de despegar del primer aeropuerto (la gente de Sirio está acostumbrada a desplazarse en avión), es que tal planeta se halla organizado (seamos caritativos) en naciones o, mejor dicho, en Estados, cada uno de los cuales tiene fronteras, leyes y costumbres propias, no menos que propios, y particulares, sistemas monetarlos o medios de comunicación e información, de modo que cada uno parece encerrado en sí mismo, como si fuera, en principio, auto suficiente. Para simplificar, atengámonos sólo a los medios de comunicación (Prensa, radio, televisión, telesistemas).

Es cierto que cuando algo sonado (y a veces ni siquiera tan sonado) ocurre en alguna zona mas allá de las fronteras especialmente si es alguna zona bajo el dominio de una gran potencia, sus ecos se extienden por todo el globo, o una parte sustancial del mismo, en tanto que si algo sucede, a menos que se trate dé algo así como un terremoto, en las partes menos prominentes del globo, nadie salvo la parte afectada se entera. Pero lo común es que cada uno de los Estados o naciones -por no decir, ya que a veces de esto se trata en el fondo, cada una (le las tribus- organice la información atendiendo a sus propias necesidades, preferencias o gustos, determinados por lo que sucede dentro, ya que esto es lo más urgente e inmediato.

El servicial viajero de Sirio lo advierte inmediatamente: Mientras espera su avión, leyendo los diarios del país y cotejándolos con los de otros, se va dando cuenta de que se halla en un mundo realmente plural. Aquí se habla sin parar de un cambio de Tinnisterio que, más allá de las fronteras, no merece ni una breve gacetilla; aquí se jalcan celebridades que allá no conoce nadie. Hay, por cierto, intercambios de toda clase; además, muchas cosas (celebridades no menos que productos) pasan fronteras. Pero, en general, el visitante de Sirio observa que este mundo se parece a un sinnúmero de peras, agrupadas y como concentradas en una sola, con algunas protuberancias bastante más prominentes que otras.

En consecuencia, el mundo no tiene la forma de pera, pero tampoco la de una manzana o una naranja. Gracias a la multiplicidad de naciones y Estados y a sus correspondientes gobiernos, sistemas monetarios, órganos de Prensa, leyes impositivas, etcétera, el mundo ofrece el aspecto de una esfera con gran número de protuberancias ninguna de las cuales parece tener gran cosa a ver con las otras.

Pero si nuestro viajero galáctico desconfia de las aparienelas descubrirá pronto una gran variedad de hilos comunes entre tantos y tan diversos compartimentos aparentemente estancos. Para empezar, advertirá que ciertas cosas que ocurren

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en un lugar y no en otros son en buena parte consecuencia de otras que suceden en los últimos: es el fenómeno de la interdependencia. Luego irá descubriendo que hay cosas, muchas, cada vez más, que no sólo son comparables, sino que parecen hasta idénticas: el aeropuerto en el que se halla no es sustancialmente distinto de todos los aeropuertos. Su primitiva idea de que todo es distinto irá siendo sustituida por la de que todo, en el fondo, es igual, o va siendo cada vez más igual.

¿Qué imagen es la justa?

Ninguna de las sugeridas.

El planeta sigue exhibiendo, casi impúdicamente, protuberancias (grandes poderes) que siguen arrogándose privilegios de toda clase, incluyendo los que podríamos calificar de privilegios informativos -gracias a estas circunstancias ha podido circular por el globo entero la extravagante gacetilla, producida por un memo, a menos que fuera un genio de las relaciones públicas, según la cual Madonna (cito) "es la más gran artista que en el mundo ha habido". De ello cabría inferir que el mundo tiene, en efecto, la forma de una pera, de la insólita especie pluriovoide a que aludí antes.

A la vez, el mundo parece estar dividido en compartimentos con sus propios y peculiares intereses y hasta con su propia y peculiar visión del resto del planeta. Ni pera ni naranja: una esfera con una gran multitud de protuberancias relativamente independientes entre sí.

Finalmente, las protuberancias, grandes y pequeñas, son recortadas cada vez más por movimientos de nivelación, que van de la interdependencia política y económica hasta la obligadá adopción de estándares científicos y tecnológicos. Naranja, pero con muchas rugosídades. En vista de lo cual, mejor es no preguntar qué forma tiene el mundo. Pero la pregunta no es del todo inútil, porqu nos hace rebotar sobre un hecho: el mundo es demasiad complejo para que pueda se comparado a un fruto.

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