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Reportaje:MÉXICO 86

Un campeonato que sirve para olvidar la crísis

El Mundial de fútbol ofrece durante un mes al pueblo mexicano la posibilidad de olvidar la crisis que asola al país, mientras que las autoridades se esfuerzan por barrer debajo de la alfombra las expresiones del deterioro económico y social que padece México. Con machacona insistencia se repite en televisión un anuncio con el eslogan Todo es posible, si creemos en nosotros. El anuncio ofrece diversas variantes. En una de ellas, un equipo de sondeos, en medio de un paisaje desértico, trata de sacar agua. Ya desesperado, el ingeniero dice al equipo: "Aquí nunca vamos a encontrar agua. Saquen la barrena". Sus ojos se cruzan con los de un niño con mirada angustiada. El ingeniero reflexiona y cambia de opinión. Grita otra vez a su gente. "Debajo de esta tierra tiene que haber agua". Todos vuelven a perforar la árida tierra con entusiasmo.

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Todo es posible, si creemos en nosotros. Una frase que trata de levantar el ánimo de un pueblo golpeado por una crisis económica a la que no se ve ninguna perspectiva de salida y que hace menos de nueve meses fue sacudido por un terremoto que ha dejado tambaleantes los cimientos y la infraestructura de esta monstruosa ciudad de 18 millones de habitantes donde hoy se inaugura el Mundial.En esta ocasión la organización del Mundial corre a cargo de una empresa privada de televisión, Televisa, que ha sido definida con precisión como el quinto poder en México. La filosofía que animaba la dirección de Televisa es clara: obtener beneficios como cualquier empresa privada con ánimo de lucro y, al mismo tiempo, ofrecer al pueblo mexicano una especie de "lenitivo del dolor". En términos similares se expresó en una conversación con este periódico,el presidente ejecutivo de Televisa, Emilio Azcárraga el pasado diciembre, durante los actos de inauguración del Centro Internacional de Prensa. Azcárraga afirmaba, sin el menor ánimo de enmascarar sus intenciones, que el mexicano gana poco y trabaja mucho y por eso hay que ofrecerle, cuando llega a casa por la tarde, un entretenimiento. El fútbol, para un pueblo "católico y fútbolero", cumple perfectamente esa función, piensa Azcárraga.

El Mundial llega en medio de la desmoralización de un país que parece haber perdido la fe en sus dirigentes. Esto se palpa en las cotidianas conversaciones intrascendentes. Los goles de Hugo Sánchez y un buen papel de la selección mexicana en el Mundial podría venir a aliviar, al menos deforma ilusoria, las penalidades de una vida cada día más difícil.

Jungla de asfalto

El quinto poder (Televisa) y el Gobierno se esfuerzan por conseguir un Mundial que devuelva a México una parte de la imagen perdida. En un anuncio, publicado en la revista norteamericana Times, el presidente mexicano, Miguel de la Madrid, explica: "Para mi país y para mi pueblo, este evento nos dará la oportunidad de mostrarle al mundo la realidad de México: el arduo trabajo y la dedicación de nuestra gente para sobreponerse a los efectos de la crisis económica mundial, que tanto nos ha afectado; la paz y tranquilidad con la que vivimos en una nación preocupada por su progreso, para asegurar un mejor futuro para sus ciudadanos; el vigor, el coraje y la unidad de todos los mexicanos para enfrentar las situaciones difíciles que permitan a nuestro país seguir adelante".

El presidente conjura de nuevo esa fórmula mágica que parece resumida en el mensaje propagandístico que repite machaconamente la televisión mexicana: Todo es posible, si creemos en nosotros. Sin embargo, la sensación del nosotros ha desaparecido cada vez más a lo largo de los últimos meses del Distrito Federal de México. La ciudad, que hace ocho meses vivió la explosión de solidaridad desencadenada por la catástrofe, se ha transformado en una jungla de asfalto, en la que cada uno parece dispuesto a engañar, pisotear y machacar al vecino en un desesperado sálvese quien pueda. Las autoridades se esfuerzan por enmascarar todo lo que pueda deteriorar la armonía del paisaje y tratan de evitar que el visitante del Mundial perciba esa lucha feroz por la superviviencia. Los damnificados del terremoto Uron trasladados; las fachadas, blanqueadas; las calles, asfaltadas a toda velocidad, en un esfuerzo para tender la alfombra de forma que no se vea la basura acumulada debajo. Este intento alcanza a veces aspectos grotescos. El pasado jueves, por motivos laborales, las telefonistas abandonaron su puesto de trabajo y varios servicios, entre ellos el de conferencias con el extranjero a través de operadora quedaron desatendidos. Tras intentar en vano durante varias horas comunicar con el 09, el corresponsal de este periódico pregunta la oficina de relaciones pública, de teléfonos de México qué ocurría. La respuesta fue: "El servicio está sobrecargado". Todo, menos reconocer el hecho normal de que unas telefonistas pueden tener unas reivindicaciones y que hayan aprovechado el Mundial para presionar.

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