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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Moscú y Tokio

EL VIAJE que el ministro de Exteriores de la URSS, Edvard Shevardnadze, va a realizar a Japón a partir de mañana constituye a todas luces una importante iniciativa para trasladar al terreno asiático la nueva imagen de la diplomacia soviética, desde el acceso de Gorbachov al poder. Baste recordar que este viaje es el primero, desde hace 10 años, que realiza un ministro de Asuntos Exteriores soviético a la capital japonesa. Tal fue la inercia que reflejaba la actitud de Gromiko, acostumbrado a considerar a Japón como una simple pieza en manos de EE UU, según la estrecha visión de la más tosca propaganda. Los comentarios que han precedido el viaje de Shevarnadze permiten suponer, sin embargo, que el viaje actual ha sido preparado en un ambiente más realista, si bien sería absurdo pensar que se produzca un volte face en las principales cuestiones conflictivas.La URSS y Japón tienen ante sí unas muy positivas perspectivas de desarrollo en sus relaciones económicas. En la actualidad, la URSS podría acelerar la solución de algunos de sus problemas más angustiosos en ese terreno si pudiese contar con créditos, y sobre todo aportaciones de tecnología, por parte de Japón. Recordando el potencial gigantesco que significa Siberia, buena parte de cuyas riquezas están sin explotar, aparece de modo claro lo que podría representar un crecimiento de los intercambios, incluso una colaboración económica soviético-japonesa abordada con un horizonte ambicioso. Pero proyectos enfilados en esa dirección, esbozados en varias ocasiones, quedaron paralizados por dificultades políticas.

En realidad, desde la II Guerra Mundial jamás han existido unas relaciones políticas estables entre Japón y la URSS, condición necesaria para una buena cooperación económica. El contencioso territorial sobre las cuatro islas del norte de las Kuriles ha impedido la firma de un tratado de paz, entre Moscú y Tokio. Los fuertes lazos de EE UU y Japón, incluso en el plano militar, han sido asimismo un obstáculo fundamental. Esos factores no van a cambiar con el via e de Shevardnadze; pero, en un clima general menos tenso -después del encuentro Reagan-Gorbachov-, es lógico que tanto los dirigentes, soviéticos como los japoneses intenten encontrar terrenos de acercamiento político y económico que correspondan a sus intereses, dejando quizá para más tarde los puntos más conflictivos. En todo caso, la URSS ya ha anunciado, mediante un artículo de Pravda, que no está dispuesta a modificar su posición sobre las Kuriles. La URSS puede creer que la actual etapa de la evolución internacional puede favorecer la acogida de sus propuestas sobre el desarme y la prohibición de las pruebas nucleares; es un tema al que la población japonesa es particularmente sensible. Asimismo, a la idea de promover en Asia y en el Pacífico un sistema de seguridad y cooperación del tipo del que se inició en Europa en la reunión de Helsinki de 1975. Sin embargo, quizá los resultados más prometedores de las conversaciones soviético-japonesas de estos días pueden referirse también a situaciones directamente conflictivas. Un caso concreto es el de Corea. Como se sabe, esta península sigue dividida, no ya por una frontera, sino por un frente militar. Después de un larguísimo período de enemistad total entre los regímenes que dominan las dos Coreas, se han iniciado en los últimos meses unas negociaciones sobre puntos muy limitados, como es la unificación de familias. Pero es evidente que un deshielo, aunque sea pequeño, puede anunciar un proceso más sustancial. A la vez, el régimen comunista coreano, encerrado en una rigidez posestaliniana, ha tenido siempre malas relacíones con Moscú y sólo han mejorado en los últimos meses. Shevardnadze, por tanto, visitará la capital norcoreana después de su visita a Tokio. En la capital japonesa es probable que los ministros japonés y soviético puedan encontrar puntos de coincidencia, incluso un interés común en procurar un cierto deshielo en la península coreana que redujera a su vez la acumulación de armamentos en esa parte del mundo.

El viaje de Shevardnadze se produce, además, en un momento en que circulan, en amplios círculos internacionales, noticias sobre el deseo de la URSS de buscar nuevas "soluciones políticas" ante algunos de los conflictos más agudos, que envenenan el ambiente internacional, como Afganistán y Camboya. En diversos comentarios de la Prensa soviética y en unas declaraciones de Kapitsa, el viceministro soviético encargado de los problemas de Asia, se observan matices autocríticos desacostumbrados. De ello se desprende la impresión de que se preparan nuevos proyectos, en los que estaría incluida cierta participación de la diplomacia norteamericana. Por otro lado, se anuncia un viaje de Gorbachov a la India en el curso de 1986. En contraste con un Mediterráneo azotado por duros enfrentamientos y polémicas, Asia aparece hoy, acaso más que nunca, como la tierra de la diplomacia discreta.

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