La democracia española
Esta vez le escribo desde la República Federal de Alemania, donde me hallo ocupado en proyectos culturales con vistas al próximo cincuentenario del triunfo del Frente Popular en España y el comienzo de nuestra guerra civil (ojalá haya sido la última).Toda ocasión es buena para pensar en las cosas de España, pero el fin de año y el nacimiento de 1986 invitan de una manera muy seria a reflexionar sobre nuestra política y nuestros políticos, especialmente en los que, al presente, detentan el poder. Da lástima contemplar las imágenes que reproducen las revistas y los periódicos españoles: cargas de la policía contra manifestantes, iguales, exactas a las que se publicaban en anteriores decenios, cuando la dictadura contra la que todos, unos más y otros menos, luchamos con ardor, incluidos los socialistas. Los actos de éstos recuerdan mucho los actos y las declaraciones de un presidente del fenecido régimen o de los inefables ministros franquistas que lo sustentaron, sobre todo en los últimos tiempos del mismo, con demostraciones verbales de un liberalismo que no se correspondía, ni mucho menos, con la realidad de nuestra patria. Analicemos la ley Antiterrorista, tan hermanada a la franquista de 1975, o el Código Penal, elaborado sin la cooperación del pueblo (sindicatos, etcétera), pese a que la Constitución nos dice que la justicia emana del pueblo. Y nada digamos del lenguaje que emplean los políticos gobernantes, idéntico al que empleaban los de hace apenas un decenio. No hace mucho don Felipe González dijo en un programa de televisión que España era la décima potencia industrial del mundo, lo cual no es decir nada, y cuando yo llamé a Televisión Española rogando preguntaran de mi parte al presidente del Gobierno que nos dijera cuál era la novena y la undécima potencia, no pasaron la pregunta, y por poco me fulminan. Y no comentemos lo de la consulta al pueblo con lo de la OTAN, ni lo otro, ni lo de más allá, pues el resultado sería desastroso. Meditemos profundamente, que España y los españoles lo merecemos.
Es muy posible que esta carta mía no se publique, al igual que ha ocurrido con otras de abierta crítica al Gobierno, lo cual, ciertamente, demuestra la razón de mis objeciones a un Gobierno que en su política se tambalea y en su actuación se muestra dictatorial. Reconozco, no obstante, que en otras ocasiones EL PAIS ha publicado cartas mías que hablaban de la República, de la que, pese a voces de galería, los socialistas no quieren ni oír hablar. Ser demócrata no es cosa de improvisación. De casta le viene al galgo.-
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