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El futuro

Manuel Vicent

Morir sin ninguna clase de estupor en medio del ocio podría ser la gran conquista del futuro. Recobrar este privilegio que desapareció al llegar la edad de piedra. En aquel tiempo las higueras eran de todos, había charcas primigenias donde chapoteaban juntos serpientes aladas, primates de enormes encías, dinosaurios, mandriles cómicos y patos de tres cabezas; también las sombras estaban repletas de frutas comunes, de sabor agraz, y la nuca del hombre no había sido atenazada aún por el sentido del deber. No existía el imperativo categórico, sino una larga modorra solar confundida con el vapor de la conciencia. El hombre no tenía más que alargar el brazo y de pronto su mano peluda se llenaba con el volumen de un higo, y si no encontraba un higo o cosa similar, estiraba la pata -quiero decir simplemente que moría-, pero entonces fallecer era un lance que se realizaba sin estupor y nadie pedía explicaciones. No- habían aparecido todavía los intelectuales franceses; por tanto, el ocio y la muerte eran hechos puros, naturales, sin preguntas.Media humanidad se halla hoy en el paro, las nuevas máquinas que ya salen de fábrica con el sentimiento incorporado van a suplantar el trabajo del hombre y aunque el oficio de profeta es bastante miserable uno se atreve a lanzar este pronóstico rudimentario. No se necesita llevar túnica para vislumbrar el porvenir. Dentro de poco la existencia del mono superior estará dividida en tres partes, si bien este augurio feliz sólo afectará a una minoría selecta. Próximamente un grupo esforzado de seres humanos utilizará los primeros 25 años de su vida preparándose para estar a la altura de los robots, luego pasará un par de décadas manipulándolos y a los 45 años cederá los mandos a la siguiente generación informática, mientras el resto de los mortales, desde el subsidio del paro, que la bondad universal transformará en ocio, contemplará este relevo con un higo en la mano, con un higo de cualquier clase. La gran conquista llegará cuando a las máquinas se las cebe con el sentido del deber y se deje sólo para los hombres la evidencia de que morir rodeado de una pereza absoluta no tiene ninguna importancia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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